Opinión

Publicidad y trampa

Publicidad y trampa

Yo, personalmente, sufrí la más angustiante de las metamorfosis que un hombre puede experimentar: de simple director creativo, en 1963, me convertí —pocos años después— en dueño de agencia, sin detenerme a pensar en las profundas responsabilidades que implicaba lidiar con presupuestos ajenos destinados a pagar inserciones en medios de comunicación; asimismo, en la odiosa tarea de seleccionar, contratar y despedir empleados.

¿Pero me propuse ser propietario de una publicitaria? ¡No, jamás lo había pensado! Pero al tener —en los 60’s— a jefes poco tratables, engreídos y estar subordinado a ellos, motorizaron mi decisión de formar tienda aparte.

Entonces, a principios del año 1968 comenzó lo que yo he llamado una etapa de terrible transición en mi vida: abandoné la literatura momentáneamente, comencé a dármelas de playboy, descarté profundos valores relacionados con la filosofía, la política y la religión, a los que nunca pensé en abandonar; conseguí una visa americana y hasta hice un anuncio al general Wessin y Wessin —por recomendación de un amigo—, con el propósito de combatir en algo a Balaguer (“¡Alto al Llanto!”, en 1973). O sea, me integré a un círculo al que había combatido desde posiciones ideológicas.

Y como el experimento salió bien conmigo, otros jóvenes escritores de aquella generación maldita del 60 —siguiendo mi ejemplo—, cayeron en la trampa. Porque el mundo publicitario cautiva: paga buenos salarios y los aspirantes a escritores consideran que la creación de anuncios resulta un ejercicio que, al apoyarse en la imaginación y la palabra, activa y vigoriza la acción literaria.

Por eso, el joven talento seducido por la publicidad razona que desde esa praxis creativa su vocación intelectual no podría dañarse, y entonces comienza a arroparse de ciertos resplandores. ¿Acaso no ven insertar en la televisión y la prensa sus anuncios, los cuales aplauden los consumidores? ¿Acaso no se rodea de lindas modelos? ¿Acaso no lo tratan como un nuevo prodigio? ¿Acaso otras agencias no comienzan a hacerle ofertas?

Y es en esas tentadoras fronteras cuando el enganchado a creativo publicitario —que soñó con ser poeta— comienza a dejar la literatura poco a poco y a salir en las caprichosas noches, sintiendo una auto valorización de sí mismo, la cual va más allá de sus posibilidades de comprensión. Sin saberlo, el joven talentoso ha caído en la trampa. La publicidad lo ha arropado.

Pero existe otra trampa: es esa que reside en el desmembramiento de su humildad y lo lleva a considerar que él es mejor que los demás, porque juzga que su talento creativo está emparentado con Dios, con las musas del Olimpo, y se supravalora como un genio.

Luego, con el paso de los años, le sobreviene una especie de tedium vitae en que desea un recomienzo, una búsqueda de nuevos horizontes. Y en ese delgado equilibrio busca una salida, un rompimiento vigoroso con la trampa, y ésta —al sentirlo agotado— lo expulsa como un bagazo.

El Nacional

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