En la jerga beisbolera vernácula, el presidente Danilo Medina bateó de fául con el anuncio del denominado Plan Nacional de Seguridad Ciudadana que, a cuatro semanas de su arranque, apenas se siente en prensa y presencia policial uniformada.
La población esperaba resultados inmediatos y tangibles devolutivos de confianza en Policía Nacional, tenida como cómplice por omisión y comisión, secreto a voces en la percepción popular, no la parafernalia del anuncio limitado a rosario de exposiciones teóricas resumidas en más de lo mismo.
La simpatía inicial impactante lograda por el presidente Medina, con cambios cosméticos que resultaron simpáticos a la población, comienza a desvanecerse con la permanente inseguridad ciudadana, vinculación cotidiana de autoridades a delincuencia e ineficiente respuesta gubernamental.
El asunto es muy complejo, lo admiten todos, como también hay consenso en que la acción oficial debe iniciar por verdadera transformación, sino destrucción y reconstrucción de la Policía, y otras agencias, corroída por ancestral corrupción y descuido ex profeso de su recurso humano.
El policía, materia prima del respeto a ley y orden público, es mal pagado con mísero salario estimulante de indelicadezas, carece de seguridad personal y familiar, no tiene protección oficial que le garantice vivienda, educación y salud y, en ese contexto, es incapaz de llenar expectativas.
La fiebre no está en la sábana en la inseguridad ciudadana, no se trata de paños tibios amplificados por la estructura de difusión mediática cosmética, es necesario atacar el mal de raíz, en la estructura misma de las agencias de represión criminal, y volar cabezas que apañan mantener el status quo.
Las acciones anunciadas en acto palaciego del 20 de marzo carecen de novedad e impacto poblacional, no se sienten sus efectos ni hay cambios tangibles con funcionarios sempiternos que repiten lo mismo y son incapaces de generar y dirigir transformaciones anheladas.
