Dignidad para policías
La reforma de la Policía es tema manido que no logra concreción pese a iniciativas legislativas y dotación de recursos para que pueda cumplir su importante misión de mantener el orden público y asegurar paz social mediante prevención delictiva y cumplimiento de la ley.
Pocos sectores se oponen a esta necesaria transformación, voces plantean desintegrar el cuerpo para dar paso a otro que responda altísimas expectativas sociales de combatir con eficiencia la creciente delincuencia y garantizar la anhelada seguridad ciudadana.
En iniciativas y propuestas reformadoras se soslaya la trascendencia vital del primer elemento de toda mejoría, el recurso humano, ese agente que mal vive, no es retribuido conforme la magnitud de su función y, en cambio, es víctima de mala fama, descrédito y discriminación.
Los últimos meses el policía, como servidor público, se ha manifestado por iniciativa propia o familiar para exigir trato digno y mejores condiciones de vida, en acciones con sello propio como el denunciado “sueldo cebolla” y otras exposiciones en redes sociales.
Son hechos sin precedentes, quizás violen la “disciplina policial” pero reivindican derechos fundamentales, superiores a cualquier otra norma jurídica, como su dignidad, igualdad ante la ley y libertad de expresión concretizada en marchas, pancartas y consignas.
Ha llegado el momento de iniciar la reforma policial por ese servidor público que arriesga vida, familia y comodidades por la protección de los demás en función mal pagada y carente de seguridades sociales como salud, educación y vivienda, para solo citar tres.
El policía merece ser retribuido conforme la labor que cumple, no con salario tan insuficiente para cubrir necesidades básicas que induce a buscar o recibir dádivas contra la ética, ser estimulante para pluriempleo o, peor aún, valerse del uniforme para delinquir, con ejemplos recientes escandalosos. La reforma policial debe iniciar por dignificar al agente como ser humano.
