Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

El presidente Danilo Medina, está ejerciendo un magisterio sobre cómo se debe gobernar una nación tercermundista en tiempos de crisis moral, económica e institucional. Sus enseñanzas están a la vista. Nadie que se respete puede despreciarlas. Ese comportamiento es digno de emulación. Sobre todo porque tenemos una triste historia de gobernantes que se marearon con los oropeles del poder.

Ciertamente, esos jefes de Estado se olvidaron de que eran humanos. Tampoco tuvieron en su corte de serviles la persona que con sentido de respeto, discreción y cooperación les recordara que eran mortales. La Roma clásica, con toda su gloria imperial, se cuidaba mucho de que el emperador tuviera a esa persona cerca.

 Desde que nuestra nación se organizó política y jurídicamente como Estado (1844), y se declaró libre e independiente, tuvimos  presidentes que se comportaron como si dirigieran un ejército de ocupación o como dioses del Olimpo.

 Para comprobar esa verdad, basta pensar en el general Pedro Santana, quien  cambió la condición de Jefe de Estado por la de Gobernador de provincia; en Buenaventura Báez, quien, además de ser un cínico, estuvo dispuesto a vender al mejor postor parte del territorio nacional; en Ulises Heureaux (Lilís), quien como marrullero se mantuvo gobernando bajo el engaño y el asesinato; en Trujillo, quien se comparó con Dios, robó y mató hasta el día que lo ajusticiaron, y en Joaquín Balaguer, quien desde el poder lo permitió todo, hasta el asesinato y envilecimiento de lo mejor de la sociedad, por solo mencionar a los mayores megalómanos de nuestro pasado.

 Con esos antecedentes hemos llegado hasta aquí. Los jefecitos de turno se  empeñan en imitar a sus predecesores. Aquellos vientos de barbarie trajeron el hedor que enrarece el oxígeno democrático que necesitamos respirar. Por eso los derechos fundamentales son violados por los que están llamados a defenderlos y garantizarlos; la seguridad jurídica es un mito, y el sálvese quien pueda es la divisa de cada día.

 Frente a ese panorama, la actitud de Danilo Medina representa una luz de esperanza. Su sencillez, responsabilidad, capacidad y humildad han quedado probadas en los seis meses que lleva su gobierno. Hasta la oposición más rabiosa le reconoce el esfuerzo que despliega para hacer una buena gestión. Retomó la práctica boschista de dirigir y comprobar personalmente el cumplimiento de las tareas ordenadas. Sin previo aviso y sin aparataje gubernamental puede aparecer en cualquier punto del país, si es necesaria su presencia. Y sabe rectificar errores y cambiar posiciones si los sectores más activos de la sociedad le prueban que debe hacerlo. El caso de Bahía de las Águilas es un buen ejemplo de rectificación oficial.

 Danilo Medina es el presidente que no quiere ser Dios. El pueblo siente y comprende que gobierna un hombre de carne y hueso para el bien de todos. Así sea.

El Nacional

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