Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

La sociedad dominicana está condenada a resucitar al tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina como su maldición eterna. Vivimos bajo ese signo y parece que moriremos con él. La imagen histórica de Trujillo es similar a la del conde Drácula. No importa en cuántas películas ese chupa sangre de mujeres bonitas muriera con una estaca de madera clavada en el pecho, en el nuevo filme reaparecía con todo su esplendor de ultratumba para continuar con sus andanzas.

 El pueblo sufrió a Trujillo con más pesares que si fuera el vampiro que se refugió en Transilvania. Trujillo le ganó a Drácula porque este se alimentaba de hemoglobina femenina y aquel exigía también el alma de todo el pueblo.

 Trujillo ha probado que es inmortal. Se reproduce en nuestras ideas y comportamientos. Esto se debe a que los gobernantes, de una forma u otra, deliran por convertirse en trujillitos. Y para lograr su objetivo exigen obediencia ciega, eliminación de la personalidad del sujeto y del ejercicio del criterio. Todo el que tenga opinión propia o disidente, es víctima de atropellos incalculables. La única diferencia está en que Trujillo era torpemente brutal y sus imitadores son sutilmente brutales. Cambiaron la forma.

 Ahora se vuelve a presentar como cuestión de la agenda nacional la persecución jurídica y política a los promotores del trujillismo. Lo hacen en virtud de una ley que impulsaron y aprobaron los más beneficiados y promotores del asesino de las hermanas Mirabal. Solo que después de su ajusticiamiento, con las habilidades del camaleón oportunista, se pusieron el traje de antitrujillistas consumados. Así lograron también robarse el inmenso patrimonio que dejó el monstruo de San Cristóbal. Se convirtieron en albaceas y continuadores jurídico-políticos del tirano. La Biblia sentencia que cada uno tiene su corazón donde tiene su riqueza.

 Es elemental para cualquier jurista o persona medianamente informada que las leyes, como normas jurídicas adjetivas, están sometidas a los mandatos de la Constitución, que es la norma suprema. Por tanto, cuando una ley riñe con la Carta Magna, se impone esta última. Más aún, la primera es nula de pleno derecho, conforme al artículo 6 del Pacto Fundamental.

 Según los artículos 45 y 49 de la Ley Suprema, la libertad de conciencia y la de expresión son derechos fundamentales. Es prerrogativa de cada ciudadano creer en lo que desee y expresarse libremente, sin censura previa, con el respeto debido a las buenas costumbres, el orden público y la honra ajena. El que es trujillista o democrático, tiene derecho a expresarse libremente. Los que no estén de acuerdo con él, pueden manifestar su opinión contraria. Por eso no hay que perseguir a nadie.

Los derechos se ejercen y la democracia no es trujillismo vergonzante.   

El Nacional

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