Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

 La decisión oficial de trasladar al Panteón Nacional los restos del comandante y líder de la Guerra de Abril, coronel Francisco Alberto Caamaño Deño, debe cumplirse sin mayores contratiempos. Nadie en su sano juicio se atreve a regatearle hoy el derecho a esa exaltación histórica. Se la ganó con su patriotismo, arrojo y valentía.

 Francis Caamaño merece todos los reconocimientos por su participación en los acontecimientos de 1965. Sin embargo, hay fuerzas oscuras que pretenden obstaculizar, con incidentes infelices, el enaltecimiento de la figura heroica del jefe de la guerrilla de Caracoles. Ahí está la dicotomía.

 Para algunos miembros de los sectores dominantes de nuestro país, hay que distinguir al hombre según su momento de actuación. El coronel Caamaño no es el guerrillero Caamaño para ellos. Aprueban el primero y desprecian al segundo. Pero olvidan convenientemente que José Ortega y Gasset, el filósofo español, nos enseñó que el hombre es él y sus circunstancias. Y cuando se le agrega calidad y elevación en su formación intelectual, que le permite comprender cómo actúan las fuerzas sociales y de qué lado debe colocarse en la lucha, entonces ese hombre adquiere estatura de gigante.

 En efecto, el Caamaño de la Revolución de Abril no es el Caamaño de Playa Caracoles. En 1965 actúo un alto oficial del Ejército que se opuso a la interrupción del orden constitucional y el derrocamiento del gobierno del profesor Juan Bosch en 1963. Pero luego fue poseído por una santa indignación cuando los norteamericanos decidieron invadirnos con su mal llamada Fuerza Interamericana de Paz, que solo perseguía impedir el retorno a la constitucionalidad mancillada. Así restableció el status quo correspondiente al golpe de Estado. Esa intervención militar de la potencia más poderosa del mundo transformó el carácter nacional del conflicto bélico y lo convirtió en guerra patria por la soberanía nacional. Y al Caamaño que dirigió esos combates no le niegan la heroicidad.

 Ahora bien, al comandante guerrillero asesinado cobardemente en Nizaíto le tienen terror. Por eso lo fusilaron, después de capturarlo herido e indefenso, sin respetar ni las leyes de la guerra, contenidas en la convención de Ginebra. Este Caamaño tenía una conciencia social y política muy incómoda para los señores que se alimentan y engordan con el sufrimiento de las masas populares. Todavía le temen.     

 Caamaño merece ocupar un sitial especial, no solo en los monumentos que honran a los grandes personajes, héroes y mártires de la lucha por la libertad de los dominicanos, sino en la memoria imperecedera del pueblo. Y la forma concreta de garantizar que su ejemplo perdure es reconociéndolo como uno de nuestros prohombres. 

 Pero al llevar a Caamaño al Panteón Nacional, que le corresponde por derecho propio, debemos evitar que lo santifiquen con la intención de desnaturalizar su esencia de luchador a favor de las causas populares.

El Nacional

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