Opinión

QUINTAESENCIA

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Hostos y la Constitución

Eugenio María de Hostos fue el gran Maestro del pueblo dominicano durante el siglo XIX. Sus enseñanzas siguen teniendo vigencia en nuestros días. Para las ideas del patriota antillano, de origen puertorriqueño, específicamente de Mayagüez, el tiempo no ha sido polilla devoradora. Son tan frescas y necesarias como si las hubiese planteado hoy.

 Juan Bosch, el biógrafo más profundo y poético de Hostos, lo llamó el sembrador, porque pasó por el mundo regando la semilla del conocimiento científico. Cumplió esa misión a cabalidad.

 Recordemos que Juan Bosch afirmó que volvió a nacer cuando conoció a Hostos, por medios de sus escritos, y después de 38 años de muerto. Fue contratado en Puerto Rico para recopilar y ordenar las obras completas de Hostos. Se publicaron en Cuba.

 La Iglesia Católica nunca perdonó a Hostos por difundir la idea de una escuela y un Estado separados de la religión. Pero sus frutos educativos fueron excelentes. Creó en su tiempo una conciencia ciudadana que dio ejemplos. Para comprobarlo, basta con pensar en la lucha que libraron sus alumnos a favor de la vida civilizada y contra la dictadura de Ulises Heureaux (Lilis). O en la gran poetisa (me resisto a llamarle “la poeta”) Salomé Ureña de Henríquez, su familia y su acción educadora.

El doctor Ponciano Rondón Sánchez creó y preside la Liga Hostosiana Dominicana. La fundó con el expreso propósito de difundir y defender los ideales del autor de Lecciones de Derecho Constitucional y la Moral Social. Es un acierto más del creador del Colegio Dominicano de Notarios. Sobre todo porque con esa entidad Ponciano Rondón honra al hombre que vivió para servir.

Hostos es merecedor de todos los homenajes.

Su prédica moral y constitucionalista lo coloca en los más altos niveles de la escala humana.

Parece increíble que Hostos planteara, hace más de cien años, la esencia del Derecho Constitucional. Afirmó que el desarrollo económico, social y político de un país,  pequeño o grande, depende directamente del respeto que recibieran los derechos fundamentales de cada persona. Partía de lo individual para llegar a lo colectivo. Dijo que si se protegen los derechos del individuo, éste viviría con la dignidad necesaria para progresar material y espiritualmente. Con su progreso, se beneficiaba la familia. Si cada familia mejoraba, el municipio progresaba. También la provincia o región, y, por consiguiente,  toda la nación.

Esa es la gran lección que debemos asimilar en estos tiempos de reforma constitucional. Los derechos individuales y sociales tienen que ser garantizados. No basta con contemplarlos en la nueva Carta Magna. Y el único que garantiza esos derechos es el Tribunal Constitucional o Sala Constitucional especializada e independiente. Los asambleístas no pueden equivocarse. El pueblo, que opinó favorable a la creación de ese Tribunal, jamás perdonaría que lo defrauden.

El Nacional

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