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QUINTAESENCIA

<P>QUINTAESENCIA</P>

 En la entrega anterior de esta columna, hicimos precisiones sobre la alegada y constitucionalmente consagrada división tripartita de los poderes del Estado, esto es, del Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Y comprobamos que existe un conjunto de atribuciones sustantivas que imponen la necesidad de que un poder actúe en aparente invasión de la esfera del otro, y viceversa. Esta realidad reclama la reflexión sobre si existe o no la separación entre los poderes que conforman el monstruo más frío de todos los monstruos fríos, como lo denominó el filósofo alemán Friedrich Nietzsche.

 Todo problema de las ciencias debe analizarse en su ámbito formal y en su ámbito real. Sobre todo cuando se trata de lo político-jurídico, que es nuestra preocupación en esta oportunidad. Esto así porque, en el mundo del Derecho, una cosa se dice y otra, muchas veces muy diferente o contraria, se hace. Es parte de la hipocresía y la simulación del sistema de dominación social y política que sustenta el ordenamiento legal. En ocasiones, que son muchas y se dan a diario, esa dicotomía entre la regla y la práctica se vuelve nauseabunda cuando la instancia decisoria está manejada por personas que no tienen sentido de la misión que le corresponde jugar, y terminan personificando la institución y convirtiéndola en una extensión de poder al servicio de intereses espurios.

 Además, por ser el Derecho una rama de las ciencias sociales está permeado por la ideología o concepción del mundo que tiene el que lo aplica u opina sobre los problemas político-jurídicos. Y como involucra intereses, nacen pasiones y cada uno le da la vuelta para acomodarlo a sus particulares deseos.

 Por otra parte, la verdad político-jurídica de un país será siempre diferente a la verdad de otro conglomerado social. Cada nación tiene sus especificidades, su realidad concreta. Es el producto de un proceso histórico único. Eso es lo que determina que todos los calcos de legislaciones extranjeras fracasen al momento de ponerlas en ejecución.

 Los defensores a ultranza del sistema capitalista, en la versión de la democracia representativa, tienden a ser positivistas ciegos. Piensan que lo que dice la ley es la realidad. Pero los hechos son tozudos y se rebelan contra la norma. Por eso la realidad suele estar muy distanciada de la ley.

 En nuestro país existen los tres poderes formales del Estado, pero en la realidad el Poder Ejecutivo ejerce una hegemonía tan grande que relega los demás poderes a la órbita de lo formal. Todos coincidimos en que tenemos un sistema presidencialista. Y es la verdad real, no formal. Los otros poderes funcionan para garantizar que el Ejecutivo se manifieste en toda su intensidad y extensión.

 Nos guste o no, esa es la purita verdad. Lo demás, son formalidades para entretener a diletantes y enjundiosos analistas.

El Nacional

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