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QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Justicia y percepción

La calidad de la justicia de un país determina los niveles de seguridad social, de fortaleza institucional y de democracia con que cuenta la nación. Donde la justicia no juega su rol de manera independiente, eficiente, confiable, oportuna y eficaz las personas pierden el respeto a las autoridades y la cohesión social se hace imposible. La colectividad es presa de un sentimiento de desamparo. Y cada uno busca la forma de resolver sus problemas de manera particular, bajo un frenesí de sálvese quien pueda. La venganza privada pasa a ser una opción para los más agresivos. Por eso la buena justicia no es un favor que reciben los individuos del Estado y de los políticos que lo manejan, sino un derecho ciudadano. Más aún, la justicia es un derecho de gente.

Cuando la sociedad no logra que sus miembros confíen en los hombres y mujeres que administran justicia, esa sociedad está perdida. Sobre todo porque la potestad jurisdiccional del Estado se convierte en letra muerta. También significa que los sectores sociales dominantes carecen de credibilidad en la población. Por tanto, las inversiones económicas nacionales y extranjeras se reducen a su mínima expresión. Y la delincuencia callejera desborda todos los planes de control que puedan implementar las fuerzas del orden. A partir de ese momento, no debe extrañar a nadie que en cada hecho delictivo de importancia participen policías y militares descarriados.

Solo los políticos irresponsables se cruzan de brazos ante esa realidad social. Y hasta se atreven a sacar partido de semejante situación. Se rigen por el criterio de que a río revuelto, ganancias de pescadores. Nos sobran los dirigentes que piensan así.

Todos debemos saber que la justicia es como la mujer del César: no basta con que sea honesta, también tiene que aparentarlo.

Ciertamente, así es. La justicia es un bien social cuyo prestigio o descrédito depende de la imagen que proyecta. La percepción que tenga la gente sobre la justicia, sin importar que sea correcta o incorrecta, influye en lo que ella termina siendo.

La justicia de hoy se aplica en una sociedad del espectáculo. La verdad en los tiempos en que vivimos depende de lo que la gente crea de ella. Sin caer en el populismo judicial, en la degeneración de los procesos y las sentencias para complacer a las multitudes que gritan en las calles y las plazas, la justicia tiene que guardar las formas y justificarse en sus actuaciones.

El juez se legitima con la adecuada motivación de su decisión; pero no debe olvidar que los argumentos que esgrime para fundamentar su sentencia no pueden ser hijos de la interpretación jurídica antojadiza.

La era en que los jueces, fiscales y abogados tenían el monopolio del saber jurídico ha terminado. Todos los miembros de la sociedad son parte de la comunidad de intérpretes del sistema constitucional y legal. La justicia de hoy tiene que cuidarse mucho de la percepción que crea en la gente.

 

 

 

El Nacional

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