Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

El día que en nuestra sociedad se comprenda el valor y trascendencia de la Constitución y de las personas, pero no en el marco teórico, sino en la práctica diaria, viviremos en el país que soñaron Juan Pablo Duarte, los trinitarios y todos los hombres y mujeres que tienen sensibilidad social y dignidad personal.

Lamentablemente, estamos muy distante de eso. Tan lejos como dicen que está el cielo de la Tierra.

Sobre todo porque en la mayoría de los dominicanos se agazapa un trujillito. Solo espera el momento oportuno para saltar como un felino hambriento de poder y de notoriedad. Para comprobar esa verdad, basta con recordar que nuestro refranero popular, que es el que sintetiza y expresa toda la sabiduría del pueblo, afirma que para conocer a Mundito solo hay que darle un carguito.

Increíble, pero cierto. Hemos comprobado que muchas personas se muestran humildes y hasta respetuosas cuando no tienen cargos públicos. Sin embargo, tan pronto obtienen uno, les sale una prepotencia que la exhiben como si fuera un don de los dioses.

No tienen consideración ni para los que fueron sus amigos cuando carecían de poder, ni para los nuevos relacionados. Actúan así, sin culpa ajena, porque les sabe del vacío que tienen en el alma y de la ausencia de una formación humanística. Sus experiencias en las luchas sociales y políticas del país no fueron bien asimiladas.

Esas son verdades mondas y lirondas. Están al alcance de todos.
Joaquín Balaguer sigue teniendo mucha vigencia. No porque sea un personaje de nuestra historia reciente, ni porque su práctica política es imitada sin creatividad por muchos de los dirigentes que sufrimos en la actualidad, sino porque supo reproducir verdades que duelen, pero verdades al fin y al cabo.

Por ejemplo, el autor de La Palabra Encadenada reprodujo al jurista alemán Ferdinand Lasalle, aunque fuera de contexto, sin darle el crédito y aparentando que la idea era suya. Dijo que en este país la Constitución es un pedazo de papel.

De inmediato, fuimos muchos los que nos lanzamos a responderle al ilustrado continuador de Trujillo en aquel tiempo, y lo hicimos con la pasión del militante que tenía a Dios agarrado por el brazo. ¡Cuánto idealismo y cuánta ignorancia!

Ahora sabemos que el caudillo reformista decía la verdad, y sin reivindicarlo. Primero, porque él trataba a la Constitución como un pedazo de papel y, segundo, porque no existía, ni existe hoy, la fuerza social organizada capaz de revertir esa realidad. Los hechos son tozudos.

Si el autor de La Venda Transparente se hubiese equivocado, se practicaría que la Constitución se fundamenta “en el respeto a la dignidad humana”; que todos los actos contrarios a la Carta Magna son “nulos de pleno derecho”; que debemos vivir en un Estado Social y Democrático de Derecho; que “Es función esencial del Estado, la protección efectiva de los derechos de las personas”, como lo consagran los artículos 5, 6, 7, 8 y 38 de la Constitución.

El Nacional

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