Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Estado y derecho –

El gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche afirmó que el Estado es el monstruo más frío de todos los monstruos fríos. Y no se equivocó. El Estado, como conjunto de instituciones que asumen la representación jurídica y política de la nación, sabe llegar hasta el grado del congelamiento cuando es conveniente a los intereses creados, y para mantener su hegemonía. Esa entidad ni agradece ni guarda rencor.

El Estado es una persona jurídica que se manifiesta a través de las actuaciones de los entes públicos, representados por los funcionarios que los dirigen. Su deber ser, su misión formal está trazada como mandato por el artículo 8 de la Constitución. Reza: “Es función esencial del Estado, la protección efectiva de los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva, dentro de un marco de libertad individual y de justicia social, compatibles con el orden público, el bienestar general y los derechos de todos y todas.”

Y es así porque nuestra Carta Magna instituyó, en su artículo 7, el tipo de Estado que tenemos. Dice: “La República Dominicana es un Estado Social y Democrático de Derecho, organizado en forma de República unitaria, fundado en el respeto de la dignidad humana, los derechos fundamentales, el trabajo, la soberanía popular y la separación e independencia de los poderes públicos.”

Ahora bien, eso es en lo formal, en la apariencia. Sirve para engañar a los idiotas. En lo real es totalmente contrario a esa idealización. El Estado sigue siendo el monstruo frío de Nietzsche y el Leviatán de Thomas Hobbes. Nunca ha sido diferente, ni lo es ahora, ni lo será en el porvenir. Se debe a su naturaleza. El Estado nace y se desarrolla como un instrumento de dominación política.

La clase social dominante o el grupo de clases que cumplen ese papel, debido a que controlan las riendas del gran aparato público, lo usan para perpetuar sus intereses y privilegios, en contra de los demás sectores de la sociedad que, para su desgracia, son víctimas de ese poder. Y lo logran imponiendo su ideología, su cultura a los demás miembros de la comunidad. Los embrutecen y los alienan para que no perciban las condiciones en que viven.

En caso extremo, emplean la coacción, por medio del sistema jurídico o del monopolio de la violencia organizada que ejerce el Estado. Es una maquinaria trituradora, implacable contra los elementos que no aceptan pasivamente el orden establecido. Solo en casos excepcionales, por grandes convulsiones sociales, que alcancen el grado de revolución, puede transformarse esa realidad.

Pero, en el caso de producirse una revolución triunfante, el Estado seguirá existiendo, aunque con otra finalidad y bajo la dirección de otras clases sociales.

En efecto, el Estado solo cambia el Derecho y el modo de operar. Sucede como en el cuento de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí.”

El Nacional

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