Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Rafael Ciprián

Nuestro Fidel

La figura política inconmensurable del Comandante Fidel Castro, sólo equiparable en Nuestra América con José Martí y Simón Bolívar, y salvando las distancias de los contextos históricos, generó amor inmarcesible y odio irreconciliable hacia su persona. Era lógico que así pasara, además de dialéctico, porque el líder de la Revolución cubana rompió todos los parámetros de los politiqueros que tanto sufrimos en Latinoamérica y el mundo. Estuvo muy por encima de las medianías, de los políticos mediocres.

El poeta Manuel del Cabral tiene hoy la suprema razón, si le aplicamos simbólicamente a Fidel los versos en que afirma que hay muertos que van subiendo, mientras más su ataúd baja.

Ciertamente, para el Jefe de los barbudos de la Sierra Maestra no hay muerte, sino vida históricamente gloriosa. Juan Bosch afirmó que nadie muere mientras exista alguien en el mundo que respete su memoria. Y a Fidel le sobran los pueblos agradecidos que recordarán su legado. Basta con pensar en que su ejemplo de luchador por las mejores causas de la Humanidad no puede ser ignorado por nadie.

Los pueblos del Caribe y América Latina aprendieron con Fidel a reclamar el respeto y la dignidad a que tienen derecho, y que las potencias les niegan. Además, como acertadamente declaró el profesor Bosch, ayudó a que nos convirtiéramos, de dóciles y mansos, en pueblos rebeldes.

Basta con saber que Fidel Castro es el verdadero sepulturero del sistema racista y criminal del Apartheid, en Sudáfrica. La lucha que impulsó en aquel lejano continente, con unos trescientos mil internacionalistas cubanos, junto a los combatientes angoleños, determinó la caída de ese anacrónico régimen.

Hay que estudiar y conocer a fondo lo que fue la decisiva batalla de Cuito Cuanavale, para comprender la grandeza humanística y el genio militar de Fidel en el combate.

Sobre todo porque él sabía que las guerras se hacen o no se hacen, y cuando se hacen hay que llevarlas hasta sus últimas consecuencias.

La Cuba soberana y buena que soñó el apóstol y mártir de Dos Ríos, se construyó con Fidel. Por eso el cantautor Silvio Rodríguez supo afirmar que Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló, y Fidel la dignificó para andar por estas tierras.

El gran lagarto verde, como el poeta Nicolás Guillén definió a Cuba, se irguió con su Revolución. Prueba de ello es la erradicación del analfabetismo, el sistema de salud y seguridad para la universalidad de los cubanos, la drástica reducción de la mortalidad materno-infantil, la ausencia de desnutrición en la población, el desarrollo y los éxitos en el campo deportivo, todo unido a una identidad que es paradigma de nación. Son suficientes meritos para avalar el proceso revolucionario. Y todo contra un insensato bloqueo del coloso del Norte, de más de medio siglo.

Fidel no fue perfecto. Pero tuvo más luces que sombras. Los agradecidos hablamos de sus luces, que los adversarios e ingratos hablen de las sombras.

El Nacional

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