Opinión

Quintaesencia

Quintaesencia

Constitucionalistas vergonzosos
La nación dominicana está atravesando por un período crucial, de una importancia tal que podría marcar la diferencia entre lo que ha sido hasta hoy y lo que será en el porvenir. Nadie puede cruzarse de brazos, si tiene un mínimo de conciencia social. Sólo los irresponsables e inconscientes pueden aplicar la inmoral práctica de quedarse bajo la mata, sin  correr riesgos, esperando que el mango maduro caiga por gravedad para comérselo como un cerdo.

Stefan Zweig, el gran escritor austríaco, que supo retratar como nadie las bajas pasiones de un hombre ruin y perverso como José Fouché, también tuvo la grandeza de abordar  los momentos estelares de la Humanidad. Si él estuviera con nosotros,  proclamaría que estamos viviendo uno de esos momentos.

 Todos los que tienen ojos  para ver y oídos para oír saben que el Congreso Nacional, constituido en Asamblea Revisora de la Constitución, tiene en sus manos la suerte del pueblo.

 Ciertamente, así es. Sobre todo si tomamos en cuenta que estamos arropados por la vorágine de una crisis global. Hasta  Leonel Fernández, que, como jefe del Estado está en la obligación, más que en el derecho y el deber, de transmitir esperanzas y confianza en la población, reconoce que no somos inmunes a ese vendaval que amenaza con quebrar hasta a los centros productivos más poderosos. Y con eso no se puede jugar a las cieguitas.

 Nuestros senadores y diputados,  deben comprender la alta misión que pesa sobre sus hombros, y la oportunidad que tienen de casarse con la gloria. Para cumplir con su cometido, basta con que valoren con rigor patriótico el excelente Proyecto de reforma a la Carta Magna que tienen para consensuar y que piensen más en los  intereses de la colectividad que en los espurios provechos personales y de mezquinos grupos. Si proceden de esa manera, comenzaremos a transitar por la ruta que nos llevará a la construcción de un Estado Social y Democrático de Derecho, en el cual la Ley Sustantiva dejará ser un pedazo de papel mojado. Pero si equivocan el rumbo, por ceder frente a las presiones de personas con mentalidad del Medioevo e inclinaciones propias de vampiros modernos, no habrá posibilidad cierta de que el pueblo avance.

 ¡Cuánta falta nos hace la ética kantiana o martiana o hostosiana o boschista!

 Necesitamos el imperativo moral de Inmanuel Kant. José Martí nos dice que el decoro debe reinar sobre las personas que viven sin dignidad y sin decoro. Juan Bosch reiteró que quien no vive para servir, no sirve para vivir. Y Eugenio María de Hostos afirmó: “Sólo es digno de haber hecho el bien o de haber contribuido a un bien, aquel que se ha despojado de sí mismo hasta el punto de no tener conciencia de su personalidad (…) No es la conciencia individual, que siempre toma su fuerza de la inconsciencia circundante, sino la conciencia humana, que toma su fuerza de sí misma, que de sí misma reciba su poder de resistencia, y, secundando a la naturaleza, sacrifica el individuo a la especie, la personalidad a la colectividad, lo particular a lo general, el bienestar de uno al bienestar de todos, el hombre a la humanidad.”

 La suerte está echada. La reforma de la Carta Magna es la oportunidad para crear la Sala Constitucional, como está en el Proyecto. O, mejor aún, el Tribunal de Garantías Constitucionales. La protección de los derechos fundamentales lo demanda. Los asambleístas decidirán si vivimos sin Patria y con amos o sin amos y con Patria.

 Y en ese panorama, digno de las antinomias históricas más relevantes, observamos  la pobre actitud de algunos juristas, que guardan silencio comprometedor con lo peor. No se atreven a plantear sus criterios para estar bien con algunos poderosos que,  para preservar privilegios irritantes, no quieren el progreso de la sociedad. Llegan a falsear sus convicciones. Abordan  los temas espinosos con  lenguaje pseudo académico para no decir nada. Y se autoproclaman especialistas en Derecho Constitucional. Nada más  inmoral.  Son constitucionalistas vergonzosos, pusilánimes, con espíritu de borregos. Nada más.   

El Nacional

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