Opinión

Quintaesencia

Quintaesencia

Jueces y disidencia
En las sociedades como la nuestra, que se caracterizan por un gran atraso social, económico y político, el pasado pesa demasiado. Es cierto que el pasado nunca pasa definitivamente, porque el hoy siempre es, de una manera u otra, una prolongación del ayer, aunque en niveles superiores. Hasta el grado de que lo que somos en el presente se lo debemos a lo que fuimos, y lo que seremos será el efecto directo o indirecto, de lo que somos.

Sin embargo, no podemos permitir que el pasado gravite en el presente como si fuera la repetición del tiempo. Y menos  que mutile los mejores valores que puede traer el porvenir, con su carga inevitable de renovación. 

 Ningún hecho se repite, si no es como comedia o tragedia. Lo dijo Carlos Marx, el cerebro mejor amueblado del siglo XIX. Y la repetición íntegra del hecho es improbable, para no decir imposible. En algún elemento,  sutil o no, será diferente.

 La dialéctica, como ciencia que explica el proceso de los cambios, demuestra que no avanzamos en círculo. Lo hacemos en espiral. Esto es, que no partimos de un punto para, después de dar vuelta, volver al mismo punto de partida, sino a otro que por sus características, es superior y más complejo al punto de partida.

 Para los que tienen mentalidad anticientífica y que por tanto no pueden comprender el devenir, la relación de causa a efecto en el flujo constante de los hechos, el cambio no es necesario. Son resistentes a los cambios. Esa actitud no es casual. Obedece a una estrategia de preservación de intereses y privilegios irritantes. Los cambios se oponen a ellos. Entonces resulta lógico, pero no correcto ni provechoso para el progreso, que los acomodados odien los cambios.

 Ciertamente, así es. Y en una sociedad como la nuestra, que históricamente ha sido gobernada por dictadores, tiranos y mandones, con horcas y cuchillos al aire libre u ocultos en una mal disimulada fachada democrática, no se puede esperar grandes cambios en poco tiempo. Esa transformación es lenta y dolorosa.

 Ahora bien, estamos obligados a resistir. Y en esa lucha seremos marginados, perseguidos y golpeados sin piedad. Pero tenemos que oponernos a la homogenización con lo peor. No podemos ser iguales ni a los que desean perpetuar espurios provechos personales o grupales ni a los ignorantes y pusilánimes que miran para otro lado con la vana intención de evadir responsabilidades. La ética, la moral y la Constitución imponen que seamos diferentes. O seríamos objetos, nunca sujetos, al servicio de  jefecitos de turno.

 La Ley Sustantiva y las demás normas que conforman el Bloque de Constitucionalidad reconocen y garantizan el derecho de las personas a ser auténticas e íntegras. Así es, aunque ciertos trujillitos exhiban y apliquen su intolerancia.

 Algunos “librepensadores”, críticos en extremo, muy especialmente en los medios de comunicación, no han superado la cultura del autoritarismo, con sus lacras de servilismo, persecución y el estar bien con el Jefe. Por eso se asombran ante la disidencia ajena. Especialmente cuando se trata de funcionarios, y sobre todo de jueces.

 Esos intelectuales creen que los jueces están sometidos a un régimen militar, de jerarquía y obediencia ciega, no deliberativa, al mando. Ignoran que entre los jueces no existe jerarquía. Sólo hay atribuciones, competencias, como bien afirma Eugenio Raúl Zaffaroni. Para que exista justicia verdadera, el juez tiene que ser, en el cumplimiento de sus funciones, imparcial e independiente de cualquier poder, sea interno o externo al Poder Judicial. Así lo manda el artículo 8, numeral 2, literal j de la Constitución, los tratados y convenciones internaciones y el artículo 10 de la Ley de Organización Judicial. Un juez de paz es tan juez como un juez de la Suprema Corte de Justicia. Nadie le puede dar orden sobre cómo fallar los casos de que está apoderado. Y puede decidir con criterios diferentes o contrarios a todos los demás jueces. Y en los tribunales colegiados, cada juez tiene el derecho a la disidencia, con voto salvado o disidente, aunque se quede solo con su criterio. Ese es su sagrado e inviolable derecho.

 Y si así puede operar el juez en el cumplimiento de sus funciones, más libertad tiene de ejercer el criterio, el derecho a pensar y expresarse como persona y ciudadano.

El Nacional

La Voz de Todos