Opinión

Quintaesencia: Malicia del abogado

Quintaesencia: Malicia del abogado

Los abogados, como regla o verdad general, siempre son maliciosos. Y, aunque les duela a muchos, debemos admitir que el grado de malicia de un abogado es directamente proporcional a su preparación intelectual y a su talento como litigante. Esto es, que si se trata de un abogado mediocre, será medianamente malicioso; pero si pensamos en un excelente profesional de la toga y el birrete, entonces tendremos a un tremendo jurista, a un tipo infinitamente malicioso.

El que no comprenda esa verdad, expresada así, sin tapujos, no ha pensado ni sabe lo que es un abogado. Peor aún, es un pobre idealista de la práctica del Derecho, que vive como oveja rodeada de lobos. O como nos enseñó el célebre florentino Maquiavelo, en su obra El Príncipe, quiere ser el moralista que hace lo que debe hacer, y en esto cumple bien con el imperativo categórico del gran filósofo alemán, Inmanuel Kant; pero al olvidar lo que comúnmente se hace, que no es el deber ser, lejos de avanzar hacia su triunfo, camina hacia su perdición segura.

Comprendo que muchos se escandalicen al ver que hago pública la verdad, escondida a gritos, del carácter malicioso de los abogados. Eso se debe a que tienen un concepto superficial del término malicioso. Esa palabra, en su connotación más aceptable, significa que se trata de una persona “Que habla o actúa con intención encubierta para beneficiarse en algo o perjudicar a alguien.” Todo lo que el abogado hace en el proceso judicial es para “beneficiarse” con la ganancia de su cliente. Y al alcanzar ese objetivo, logra “perjudicar a alguien”, que es la parte contraria de su cliente. Y para materializar sus propósitos, el abogado se vuelve astuto, ladino, pícaro. Dice lo que le conviene a su representado y calla lo que le puede dañar.

Por eso muchos abogados, de manera directa y expresa o con ciertas insinuaciones, suelen decirle a su cliente: “Dime toda la verdad y nada más que la verdad, que yo me encargaré de manejarla para que tú salgas lo mejor parado de esta situación; recuerdas, si tú ganas, gano yo; si pierdes, me perjudico también.”

Ser malicioso, para evitar que los otros se aprovechen de uno, no es malo. Lo incorrecto es emplear la malicia para dañar voluntariamente a los demás. Juan Bosch nos enseñó que debemos aprender a desconfiar.

En mi libro La Función del Abogado pruebo que este profesional de las ciencias jurídicas es el más extraordinario de los egresados de las universidades. Por ser, en principio, un letrado, un intelectual que conoce las reglas de juego que rigen la sociedad. Es capaz de desempeñar todos los roles que las circunstancias le reclamen, y hacerlo bien. Sobre todo porque aprende a tener rigor y dialéctica en su pensamiento y, como sabe prevenir las inconductas de los otros, es capaz de curarse en salud y proteger a su cliente.

Ciertamente, en todo abogado vive, agazapado o no, un ser deliberadamente malicioso. Y el que lo dude, pagará las consecuencias.

El Nacional

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