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Rafael Chaljub Mejía. Acuerdo de Santiago

Rafael Chaljub Mejía.  Acuerdo de Santiago

Rafael Chalbub Mejía, escritor, articulista, veterano militante izquierdista, sobreviviente de las ergástulas del despotismo ilustrado del presidente Joaquín Balaguer (1966-1978), consigue una radiografía prístina de los excesos de sangre de esos fatídicos 12 años y del debande por el terror y la represión del Acuerdo de Santiago, en su última obra.

Glosada en 191 páginas editada por Argos-Letra Gráfica, septiembre 2015, Rafael Chaljub Mejía logra una reseña pormenorizada lo más próxima a lo exacto de este episodio político en el decursar del ejercicio “democrático” turbulento que ha caracterizado el trayecto post-Trujillo de los dominicanos ejercitar ese sistema de gobierno.

Los excesos y desbordes del método convencional que debe normar el ejercicio de la democracia el consentimiento a la disensión desde el poder, , resultaron una caricatura y una copia que se presumía un accionar pretérito y no repetible, que signaron las tiranías de Ulisses Heureaux, el terrible Lilís y el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, dos déspotas carniceros que anularon la disensión y el respeto a la tolerancia y los derechos humanos.

Concerniente al presidente Balaguer, invirtió el libreto de los dos déspotas porque mientras estos encarnaron el poder militar usando a la tropa como ariete para desgobernar, el presidente Balaguer, encarnó el poder absoluto, usando a los militares encarnando él desde la poltrona civil todos los excesos y atropellos contra la ciudadanía como método de continuar indefinidamente en el poder.

Con una prosa llana, directa, exponente de los padeceres en el presidio, Chaljub Mejía relata todos los pormenores de aquel teatro de guerra virtual que el presidente Balaguer protagonizó en contra del sector civil que se irguió en valladar para impedir la reelección, el continuismo, las irritantes canongías y el final de los presos políticos o los “políticos presos”, como fue la configuración asignada a quienes se opusieron a ese propósito que ha causado tanto daño a la democracia vernácula nuestra tan zarandeada y medalaganariamente ejercida, y al país.

Una democracia con presos políticos no es una democracia, sino una caricatura grotesca de ésta, y una palmaria derivación hacia el autoritarismo, que es la simiente del despotismo y la tiranía, que es lo que acontece en Cuba, en la Venezuela de la era chavista, Rusia, China y el Estado de Israel.

La secuencia de los hechos de sangre, represión, acoso, cárcel, y los métodos expeditivos para silenciar y eliminar a los contestatarios, son reseñados en esta obra, reviviendo en la memoria aquella etapa aciaga de nuestras desventuras patrias, insertando en la memoria aquel aquelarre, con nombres de víctimas y victimarios.

Es menester situarse en ese tiempo sombrío en que el presidente Balaguer inició su primer mandato sin la tutela del generalísmo Trujillo, julio 1966, cuando la hoguera de la guerra civil aún estaba incandescente, el mundo en el vórtice de la Guerra Fría que surgió al concluir la II Guerra Mundial (1939-45), la influencia cercana y trepidante de la revolución cubana, y el terror del imperio a una clonación caribeña de otro modelo comunista.

Era un cóctel explosivo, peligroso, letal, que jóvenes imberbes, enardecidos por la influencia cubana, pretendieron el imposible de repetir, sobre todo, tan cerca de La Florida, y que nunca intuyeron que su proyecto político de enfrentar al presidente Balaguer era en realidad una temeridad de colidir y desafiar al imperio, que tuvo su cenit de expresión con el secuestro del coronel Donald Crowley, que el imperio no podía consentir su repetición sin una retaliación fulminante y total, como penosamente aconteció.

Nunca como antes el Grupo Consultivo Militar (MAGG) de Estados Unidos y la estación de la CIA en Santo Domingo presentaron una demografía tan densa, prueba fehaciente del temor del imperio a que un descuido resultara una repetición de Sierra Maestra, y aunque el blanco de la izquierda era en la apariencia el presidente Balaguer, en el trasfondo en realidad era el Potomac.

El Acuerdo de Santiago que lideró por el PRD Antonio Guzmán, integrado por el ex general Elías Wessin Wessin desde el exilio a que lo constriñó el presidente Balaguer, el PRSC presidido por Rogelio Delgado Bogaert, el Movimiento de Conciliación Nacional presidido por Jaime Manuel Fernánddez, el Movimiento Democrático Antireeleccionista (MIDA) presidido por Francisco Augusto Lora, conformaron el primer frente amplio con el propósito de sustituir por elecciones el despotismo ilustrado del presidente Balaguer.

Nunca como en ese momento el escenario político presenció un movimiento democrático para cambiar el poder político, organizando a las grandes multitudes que se expresaron reiteradamente en todo el país con ese propósito, con la motivación del sofoco a la disidencia, el final de políticos presos o presos políticos, las golpeaduras, asesinatos y desapariciones de opositores por los soldados y policías y el nuevo ingrediente represivo de paramilitares con el surgimiento de La Banda Colorá compuesta por rufianes y lumpenes detritus de la izquierda.

La obra de Rafael El Acuerdo de Santiago, e s una referencia, descripción correcta y testigo de la etapa de represión más aciaga y condenable surgida en el país post-Trujillo, y en la que Joaquín Balaguer demostró a plenitud el caudal de instintos perversos que muy temprano, a los 16 años, expresó en su opúsculo Tebaida Lírica, y que signó la etapa más lóbrega de nuestro defectuoso trayecto de la “democracia”.

El Nacional

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