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Recuerdos de librerías

Recuerdos de librerías

 Reiterando no admitir la extinción del libro, sin reconocer su evidente retroceso ante el empuje del internet, i-pad, celulares “full”, “tabletas”, i-pod y el “lisio” de la tv, que conspiran todos en desmedro de su protagonismo unilateral de antaño, sendos trabajos conceptuales del querido José del Castillo en Diario Libre del l9 y 26 de mayo último, me convidan a dilucidar el tema de sobrevivencia de un agente cultural insustituíble.

  En el debut de amar al libro en la adolescencia de mitad del siglo XX en mi amado natal Santiago de los Caballeros, con su apacible decursar aldeano de pueblo con apenas 80 mil vecinos, hoy sólo arracimados en la zona industrial, y que bordea un total de un millón de individuos, es grato ejercitar un saudade a manera de arqueo de memoria histórica alusivo al libro y las librerías de entonces existentes en la Ciudad Corazón.

   Caridad Cordero (Cacha) con su librería Atlántida en la calle Del Sol entre Cuba y Sánchez, es un recuerdo grato,  y a unos metros más, entre Sánchez y Mella, la librería Editorial Duarte del profesor Antonio Cuello que administraba Nidio Fermín y que atendían con amor y esmero a los parroquianos Petra Rodríguez y Jazmín Khouri.

Ediciones  Thor, Sopena y Americana, argentinas, y la mexicana Diana, todas con ediciones en papel periódico a precios populares entre  $l.50 a $2.00, que conservo, entre más de cinco mil libros donados a instituciones culturales, resultan relicarios invaluables para quienes amamos acariciar recuerdos de enormes emociones..

 Conectamos con Emilio Salgari y sus hazañas tremebundas de piraterías en el golfo Indico como Sandokan el Tigre de Malasia y los Piratas de Haliffax y con Julio Verne y sus 20 mil leguas de viajes submarino, De la Tierra a La Luna y Miguel Strogoff, el correo del zar,  y sus proezas de llevar una valija de Estado a lomo de caballo y ceñida a las axilas, negociando la taigá siberiana, desafiando temperaturas de 40 grados Celsius bajo cero, cruzar el lago Baikal helado y las acechanzas de fieras animales y humanas.

     Conocí las barbaries de la llamada novela “de la tierra” en La Vorágine de José Eustacio Rivera, Huasipungo de Jorge Icaza, Viñas de Ira y Las Praderas del Cielo de John Steinbek, Doña Bárbra, Canaima y Cantaclaro de Rómulo Gallegos y El Mundo es ancho y ajeno,de Ciro Alegría,

 Napoleón de Emil Ludwig, Alejandro El Grande por Harold Lamb, Bolívar el Libertador de Michel Vaucaire, por Editora Latino Americana  de México, mayo l957, por $l.75,una reliquia que conservo en papel periódico, y hoy más en reconocimiento y respeto al comandante Hugo Chávez Frías y Aníbal, por J. P. Baker.

Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas  con Porthos, Aramis, Attos y D´Artagnán, defensores a ultranza del rey de Francia Luis XIII como los cosacos rusos del zar , y donde Dumas perfila al cardenal Richelieu como un personaje intrigante, avaro y perverso, no obstante forjar el futuro imperio francés en Québec, Madagascar, Senegal, Martinica, Guadalupe y Guyana, crear el moderno Estado francés, fundar la Academia Francesa y ser un gran propulsor de las artes, censuró la prensa y persiguió implacable a sus enemigos creando una red de espías. Sus logros los usufructuó Luis XIV, el Rey Sol.

   La Noche quedó Atrás, por Jan Valtin, La Hora Veinticinco y La Segunda Oportunidad por Virgil Georghiu; Doctor Zhivago por Boris Pasternak; Crímen y Castigo por Fedor Dostoyevki; Guerra y Paz y Ana Karenina por León Tolstoi: Los Miserables por Víctor Hugo; Robinsón Crusoe por Daniel Defoe, la real odisea de Alexander Serkirk en la isla Juan Fernández, pröxima a Chile, pero un tiempo en la intemperie exagerado por el novelista.

En la librería 30 de marzo en el número 30 de esa histórica calle, compré por $3.25, que conservo, papel periódico, La Divina Comedia de Dante Alighieri, con ilustraciones satinadas. No recuerdo el dueño de esa librería.

  En la calle 30 de marzo,  estaba la librería Santiago que administraba Cecilia Sméster, que vendía libros sofisticados como las obras  de Stefan Zweig  en papel cebolla que Radhamés Gómez  Pepín adquirió pagando a plazos de un peso semanal. Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez y El Viejo y el Mar.

El Nacional

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