No importa cuánto crezcamos económicamente o cuánta modernidad llegue a la población, las grandes brechas sociales y económicas siguen manteniendo un voto antisistema muy fuerte, de ahí se desprende el alto porcentaje de los sufragios anulados. 200% más que los pasados comicios.

Nuestra partidocracia tiene por delante el reto de devolverle a la ciudadanía la fe en las organizaciones políticas. Esto sólo será posible forjando un nuevos liderazgos en los partidos.

El futuro de las organizaciones políticas reside en los dirigentes locales, ya que en nuestro país murió la época de las ideología. Basta recordar que hace un par de décadas, las personas se identificaban con corrientes ideológicas y con propuestas políticas, los socialdemócratas, la izquierda, el reformismo.

Hoy, la gente ha optado por agrupaciones locales, aquellas que se identifican en mayor medida con sus intereses, de ahí que a partir del 16 de agosto vamos a tener el congreso más plural que se conozca en la historia electoral del país.
Esa es la razón que partido que parecían pequeños frente a los goliat de la política obtuvieron un buen desempeño, porque llevaron, a nivel local, los candidatos que la gente quería.

De modo que aunque es cierto que los partidos son necesarios en este sistema, no deja de ser una realizada que con malos dirigentes no llegarán lejos.

Estoy consciente que sin partidos políticos será muy difícil construir el ecosistema institucional que necesitamos a fin de encarar nuestros sueños republicanos.

Un país sin organizaciones políticas con cuadros técnicos y debate interno, con propuestas y democracia interna, difícilmente podrá afrontar sus diferencias internas por la vía de la ley y el orden. Más aún con las diferencias sociales y económicas con las que contamos.

Si los partidos no hacen su trabajo, no hay quien lo haga: los electores migrarán a las alternativas locales y la democracia avanzará de tumbo en tumbo, con sobresaltos aquí y allá. Aún estamos a tiempo de revertir esta fatídica tendencia.