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ROSTROS

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La ingratitud en política

El día 2 de octubre del año 1959 cayó preso un grupo de amigos de mi barrio capitaleño San Miguel, acusados de conspirar contra el gobierno dictatorial de Rafael Trujillo.
El hecho se produjo porque varios calieses del sector sabían que había prendido entre jóvenes masculinos de la barriada el rechazo al régimen.
Participé varias noches en la casa de Virgilito Corso en audiciones de radioemisoras de Cuba y Venezuela donde se transmitían programas contra la tiranía trujillista.
Al producirse la redada, uno de los apresados, Luis Antonio Martinez Cerón, más conocido por el sobrenombre de Luis Palito, debido a su elevada estatura y su anatomía excesivamente delgada, actuó en la cárcel con valor temerario.
En medio de las torturas que les aplicaron a los llamados entonces agitadores comunistas, asumió la responsabilidad de la jefatura del grupo.
Incluso afirmó que él había adoctrinado a sus amigos en el antitrujillismo, y que por esa razón era el único que debería guardar prisión.
Eso determinó que mientras los otros fueron excarcelados cinco días después de su apresamiento, Luis permaneció en el presidio de La Victoria unos ocho meses.
La gratitud que le dispensé al valeroso miguelete por haber evitado la cárcel a varios migueletes entre los cuales me encontraba, se extendió hasta su muerte ocurrida en fecha relativamente reciente.
Cuando disfrutábamos juntos jornadas de bohemia con otros participantes, me extendía en elogios sobre la hazaña de mi amigo, sin encontrar eco muchas veces en los contertulios.
Lo penoso era que esto se producía incluso cuando entre los presentes había uno que otro de los que él había librado de la cárcel por su inusual sacrificio.
En mi condición de esposo de la licenciada Yvelisse Prats Ramírez, política de largo ejercicio, y que ha ocupado numerosas posiciones partidarias, congresuales y ministeriales, he visto de cerca el rostro feo de la ingratitud.
Recuerdo el caso de un joven dirigente del PRD que Yvelisse influyó para que fuera nombrado en 1979 como administrador en una empresa de Corde en el gobierno de Antonio Guzmán.
Poco después ella tuvo diferencias con el titular de la corporación, y desde entonces su protegido le negaba el saludo en las reuniones del partido blanco, y en cualquier otro lugar donde coincidieran.
Cuando mi esposa fue Secretaria de estado de Educación nombró a varias personas que la visitaron en nuestra casa solicitándole empleo, algunas describiéndole su precaria situación económica entre sollozos.
Todas y cada una renegaron de su protectora cuando salió del cargo tras la derrota del PRD, y el ascenso al poder del doctor Joaquín Balaguer, para congraciarse con su sucesor en la secretaría, tratando de esas formas de evitar la cancelación.
Y los que no lograron mantener el empleo con su ingrato proceder encontraron el sendero que conducía a nuestra residencia, despotricando esta vez contra el nuevo funcionario.
Un amigo mío a quien Yvelisse recomendó para un empleo de Corde cuando ella era diputada decía que le debía el cargo a su “amigo personal” el presidente Antonio Guzmán, y que este lo había nombrado por su capacidad y honestidad.
Sin embargo, cuando fue cancelado, decía que se debió a que él había criticado algunas actuaciones de su jefe, y que por orgullo no había llamado al jefe del estado para que lo repusiera en el cargo.
Cuando Yvelisse accedió a la Secretaría de Educación se presentó a solicitarle un cargo específico con su cara fresca.
No fue complacido debido a que Yvelisse tenía compromiso con un correligionario, y el ingrato se resintió con nosotros, debido a que no encontró colocación en el gobierno, pese a sus intensas gestiones.
A una joven de piel oscura que afirmaba que era “hija prieta” de mi cónyuge, esta la nombró en Educación desde que asumió el cargo.
Pero con el cambio de gobierno en 1986, sus labios se abrían con frecuencia para decir que Yvelisse no la había colocado en la posición que merecía, por lo que no tenía nada que agradecerle.
La esposa y la hija de un ex empleado del padre de Yvelisse recibieron favores de todo tipo de ella, pero cuando el PRD perdió los comicios en 1986, dejaron de visitarnos, y hasta de llamar por teléfono.
Se debió a que la joven inició un romance con un funcionario del nuevo gobierno, que cuando la abandonó, recordaron ella y su madre nuestro número telefónico y nuestra dirección.
Creo que pese a la ingratitud prevaleciente en la política,, mi superior conyugal se dedicará a ella mientras viva.

El Nacional

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