Reportajes

Salvador Pérez se mete a la revolución

Salvador Pérez  se mete a la revolución

La huelga comenzaba al otro día. Y nos preparábamos para la batalla. Entonces, llegó Salvador Pérez:
–Tengo que incorporarme a la lucha, Jimmy. No me quedaré en el aire.

Sus grandes ojos, casi desorbitados, hablaban de lo difícil que había sido tomar esa decisión. Tal vez, lo que más pesó para ello fue la prédica de su padre, don Salvador, que era un revolucionario a carta cabal desde los tiempos de Trujillo.
–Desde hoy participaré activamente en todo. Dame la primera tarea.

Se veía que estaba convencido. Que haría cualquier cosa para responder al llamado de la época, pues estábamos en medio de los funestos doce años, tiempo en que las historias pocas veces tenían un final feliz. Ya habían caído Guido Gil, Henry Segarra, Amín, Amaury y muchos más. Y él, Salvador Pérez Núñez, más luego reputado sicólogo, estaba dispuesto a caer también, suscribiendo la máxima inscrita en el Altar de la Patria: “Dulce et decorumest pro patria mori”.

–Toma –le dije– busca a alguien más y tiren esta bombita agfa contra cualquier pared. El escándalo que se producirá hará que la gente sepa que mañana habrá candela.

Salvador salió entusiasmado con el pequeño artefacto que era, simplemente, una latita de película fotográfica “agfa”, rellenada con pólvora. Y recogió a un amigo que también quería iniciarse en la causa.
Mas, cuando el amiguito vio el asunto le dijo:

–Esa bombita es peligrosa. Si nos atrapa la Policía estamos perdidos. Dile a Jimmy que te dé otra misión.

Salvador le miró con incredulidad. Él, que sería más tarde el primer director de Adozona, sabía entonces que el valor era la carta de presentación de toda la juventud sensata de aquellos tiempos difíciles. Y no sólo la juventud, pues el doctor Vinicio Calventi, junto a todos los médicos de “La Maternidad”, se negó a entregar a la Policía a una mujer acusada de comunista.

Pero el amigo insistió tanto que Salvador volvió luego de pasar por su casa, donde don Salvador apeaba de la camioneta los bidones de leche que repartiría en la madrugada:

–Jimmy: él me dice que mejor nos des otra encomienda.
No entendí las reservas de estos amigos, pero hube de complacerles:

–Toma esta cadena, tírenla a un alambrado eléctrico y salgan huyendo.

Este era otro recurso empleado por la izquierda, sobre todo, por nuestro partido, el PCD. Era bien simple: la cadena tenía candados adheridos a ambos extremos, de modo que cuando se arrojaba a un cableado eléctrico unía los alambres, provocando un corto circuito.

–¡Eso es peor! –el amigo le objetó a Salvador– Así vamos directo para una solitaria o algo más terrible. Y nos darán una golpiza. Nos masacrarán. Ve y dile a Jimmy que eso es demasiado para una primera vez.

Salvador quedó aun más sorprendido, pues conocía del coraje de la gente de la CGT, Poasi, Unachosin, Sitracode y todos los demás. Y oía a diario a Peña Gómez desafiando al régimen por “Tribuna Democrática”. Y en las calles se oían estas consignas:
¡Joaquín Balaguer/… en el poder! ¡Unidad/ para el combate! ¡Balaguer/… no!

–Eso es peligroso –insistía, impertérrito, el amigo– Busca otra cosa.
Así que, luego de pasar por donde estaba su papá, organizando los bidones de leche, le vi llegar, esta vez, un poco avergonzado. Entristecido. Abochornado.

–Toma este spray– le dije, disimulando mi turbación – pongan mensajes: “El pueblo, unido, jamás será vencido/ Abajo el Gobierno/ huelga general”.

Con esto no habría excusas, pues en los recintos policiales se envenenaba a diario con carteles como este: “El comunista es tu enemigo”, mientras Barahona y San Francisco de Macorís le disputaban al barrio Capotillo, en la capital, la principalía en la lucha contra el régimen. Y Peña Gómez incendiaba la pista por “Tribuna Democrática”.
Cuando vio el spray el amigo le dijo a Salvador:

–Debemos ser originales. Vamos a meternos en los callejones, a las cuarterías. Allí también hay paredes. Y no habrá policías. Pondremos todos los letreros y nada pasará.

Entraron por la 23, entre la Villaespesa y la Peña Batlle, donde había un corredor de callejones que les llevaría a la calle 21, saliendo por el “Bazar Magaly”.

–Por ahí escaparemos si hay un problema, le dijo el amiguito.
Pero, al entrar a “Jarro Sucio”, donde pintarían el primer letrero, apareció un perro realengo que comenzó a ladrar:
¡Jau, jau, jau, jau!

–¿Tú ves, Salvador? Ese es un mal presagio. Dejemos esto para otro día. Además, hay mucha gente que nos está viendo. Incluso, aquel tipo que nos mira desde la pared del cine Cometa, parece un calié.
Ahí Salvador, quien sería luego uno de los fundadores de “Casa Abierta”, comprendió que debía actuar solo. Como solo estaba su papá, que terminaba de organizar los bidones de leche.

–Bien pensado –le dije–. Toma esta funda con grapas. Esta noche te toca tirarlas en la Máximo Gómez.
Salvador, esta vez, estuvo a la altura de las circunstancias, pues buscó otro amigo y, desde un motor, lanzó todas las grapas en la Máximo Gómez, desde la San Martín hasta la Nicolás de Ovando.
Esa noche pudo dormir tranquilo.

Pero, temprano al otro día, al levantarse, se dio cuenta de que don Salvador estaba sentado en la galería.
–¿Y usted aquí tan temprano, papá? ¿Ya repartió la leche?
Don Salvador, que parecía arder en cólera, le respondió:

–Coño, siempre he apoyado la revolución… Pero esta madrugada, al cruzar por la Máximo Gómez, unos pendejos tiraron más grapas de la cuenta y me pincharon las cuatro gomas.

Salvador quedó mudo. Y por poco se arrepiente de todo.
Por fortuna, en ese momento César Pérez tenía a HIJB, cuando René Alfonso, en “La excelente música del mundo”, hacía sonar los versos del poeta Paul Eluard, escritos en 1942, y que fueron lanzados desde los aviones ingleses sobre la Francia ocupada por los Nazis:

Sé que algunos quisieran preguntarme el nombre de aquel amiguito que, tantas veces, fue vencido por la vacilación. Pero no soy yo quien debe dar respuesta. Que lo diga Salvador.
Él estaba allí.

2

Don Salvador, en su época de juventud, era comerciante, lechero, en el tiempo de esta historia.

 

El Nacional

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