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Scrooge y las indeseadas visitas de fantasmas

Scrooge y las indeseadas visitas de  fantasmas

Si algo supo bien Charles Dickens fue perfilar sus personajes. Ebenezer Scrooge es una muestra fehaciente, no sin desdeñar a David Copperfield. El viejo avaro y refunfuñón, unido, a sus inseparables calcetines de invierno, su gorro estrujado y estrafalaria bata de dormir, como a sus miserias más detestables, una vez leído el relato o visto el film en que es protagonista, jamás se separa de la mente de uno.

Scrooge no sólo existió en la imaginación de Dickens, quizás fue un hombre o muchos de esa calaña que se dieron como la verdolaga en su tiempo. Dickens se cruzó posiblemente con ellos, los saludó con ironía y hasta con afecto, los miró de arriba a abajo, y les deseó buenos días.

Scrooge era el espíritu que recorría una época. La industrialización vomitó el personaje. Era el hombre-jefe que no tenía conmiseración con sus empleados, que creía en lo que atesoraba, que se hundía al ritmo del sonido con que cada moneda era oscuramente guardada.
La navidad, entonces era para él, más que motivo para celebrar, una ocasión en que se despilfarraba. La única familia que tenía era la de la cuenta bancaria.

Como obra de arte destinada a la inmortalidad, y sobre todo lo más deseable para todo artista, a quedarse en el gusto popular y en su rico imaginario, la gente hizo suyo el personaje, lo celebró, lo vio, e hizo comparaciones y señaló con el dedo a los Scrooge que conocían.
Scrooge aparece en distintas versiones: comics, muñequitos, musicales. El personaje, como las cosas buenas, da para todo, y en cada género el fantasma de Scrooge adquiere carne y huesos, y se desplaza con éxito entre el público.

En Scrooge lo que asusta y da repugnancia no es la carne envejecida, su calvicie, la mirada torva, sino ese protuberante deseo de acumulación, ese amor desmedido por el dinero. Que Scrooge triunfara en sus negocios lo favoreció sólo a él, pero que triunfara en musicales, nos deleitó a todos. Un momento estelar del relato es cuando empiezan a visitarle fantasmas y a pasarle facturas.

Pero, debo aceptar que ese personaje palidece, queda enano frente a la avaricia mostrada por algunos personajes (funcionarios actuales y por los políticos de la más variopinta laya dominicana). Scrooge hizo una fortuna a la que se aferró como alcohólico a los restos de un ron malo.

El Scrooge dominicano está por inventarse. Para Dickens hubiese sido fabuloso en esta época hacer el retrato de éste. El Ebenezer Scrooge de Dickens palidece ante el funcionario público que hace fortuna y que nada más piensa en el bienestar personal por lo cual el erario es su objetivo. Lamentablemente, lejos del ideal de Juan Bosch, el peledeísmo en ese sentido ha hecho escuela.

En un país donde la única industria que ha prosperado sin timidez en la del desencanto, los Scrooge quisqueyanos andan por ahí. Claro, se distancian de lo estrafalario en apariencia.

Ellos sientan sus ya envejecidas nalgas en Rolls Royce, en sus muñecas delgadas de hombres de poco carácter, tienen relojes Rolex, sus cuentas bancarias tienen groseros ceros.

Y así como los pobres dominicanos tienen sus fantasmas: el pago de la casa y del colegio de los niños, la compra de cara comida, el ser asaltado por un delincuente, ese otro Scrooge dominicano, que celebra hoy con champagne, cuya despensa está llena, cuya cuenta bancaria es fabulosa, tendrá también los suyos.

Serán, una investigación del FBI, la cancelación de visado, un nuevo Odebrecht o escándalo político en el quedan descubiertas sus bellaquerías, será el cuestionamiento de los hijos, el toparse con un juez de verdad, que le haga pagar las tropelías que tantas miserias han llevado a la sociedad.

Como cada fin año trataré de ver o releer el clásico “Cuento de navidad” de Dickens. Me recrearé y enriqueceré viendo al miserable de Scrooge. Y pensaré en los Scrooge que aquí están por doquier, y a los que no les deseo mal alguno, más allá de que reciban en estas festividades las visitas puntuales de ciertos fantasmas y que estos luego se hagan de carne y huesos….
El autor es periodista y escritor.

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