Opinión

Se agrieta ante cada discusión relevante

Se agrieta ante cada discusión relevante

Argentina dividida es la forma amable de reflejar el estado anímico de un país que ante cada discusión relevante se parte en dos.

Cualquier asunto parece ahondar en esa semántica de la separación. La última ocasión para agudizar la división fue el debate sobre la despenalización del aborto.

Cabe decir, que las palabras imponen vías de acceso a la comprensión de la realidad y que pueden contribuir, al menos conceptualmente, a hacer más habitable el mundo.

Pero su apariencia inofensiva, no debe imposibilitar que sean analizadas como una luz que al proyectarse negase la existencia de sombras. El empleo de expresiones como división, grieta o brecha es algo más que un mero reflejo del estado de cosas, encierra una intención no sólo descriptiva.

En el caso de Argentina una forma alternativa de narrar la vida de la nación comenzó con el despliegue de la idea de grieta. El término grieta echó raíces durante el segundo mandato de Cristina Kirchnery permitió subrayar las diferencias que separaban a la oposición del partido en el poder. Algo sencillo pero eficaz que reflejaba, tal vez sin pretenderlo, la consolidación en la esfera pública de la dialéctica schmittiana amigo/enemigo.

Le corresponde al periodista Jorge Lanata la puesta en circulación del concepto grieta para denunciar los silencios cómplices con la corrupción. Su convicción, de ayer y de hoy, era que la grieta permanecerá mientras no haya justicia. La palabra se forjó en un tiempo de “guerra civil” en los medios.

El oficialismo de entonces pretendía diseñar una hegemonía cultural alternativa a través de programas como 678 y el duelo con los críticos alcanzó momentos de gran intensidad (pienso, por ejemplo, en el enfrentamiento del exsecretario de comercio Guillermo Moreno con la dirigencia del Grupo Clarín).

La expresidenta Cristina Kirchner prefirió el uso de brecha para mencionar la ruptura político-social. Su objetivo era ampliar el eje temporal del debate y que no sirviera en exclusiva para describir el presente, sino que también definiera la historia de Argentina desde su Independencia.
Su perspectiva suponía acentuar que la desigualdad económica era el fundamento de la fractura y no la corrupción.

Por el contrario, el presidente Mauricio Macri ha empleado en sus intervenciones tanto la idea de brecha como de grieta, aunque dándoles sentido diferente.

Durante el acto por el Bicentenario de la Independencia en Tucumán, dijo: “Juntos vamos a recorrer esa brecha entre la Argentina que somos y las que podemos ser”. Y también afirmó en alguna entrevista que no creía en grietas, que las energías no debían volcarse en las diferencias sino en el diálogo.

La llegada a la Casa Rosada del presidente Macri fue contemplada por algunos como una oportunidad para la unidad. Sus primeros meses de gestión fueron tiempos “felices” para la oligarquía nacional y un festín diario para los mercados, además de una muestra palpable de que el populismo latinoamericano estaba en retroceso.

Todo le sonreía y por eso conformó un gabinete cuyo diseño dejaba un mensaje claro: el éxito en los negocios era el trampolínpara el desempeño de la dirección política.

Frente a la época de los subsidios ahora tocaba hablar de competitividad. Cambió el lenguaje y pareció que transformaba lo real. El movimiento sindical no estaba coordinado y “camioneros” no había impulsado las recientes huelgas. Eran los instantes adecuados para disciplinar las voces que afirmaban que las necesidades de un país la conocen los pobres y no su clase empresarial.

A nivel internacional tomó distancias con todo lo que representaba el anterior ejecutivo. Tensó las diferencias con Venezuela y se convirtió en uno de los enemigos del régimen de Nicolás Maduro en el continente. Estrechó relaciones con Israel, un asunto fundamental por la importancia de la comunidad judía en Argentina, que se encontraban deterioradas después de la muerte (suicidio o asesinato) del fiscal Alberto Nisman.

Realizó visitas oficiales al Brasil de Michel Temer (cuando persistía la disputapor la salida de Dilma Rousseff de la presidencia) y a España para poner fin a los conflictos derivados de la nacionalización de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales).

A la fiesta de popularidad, de buenos resultados en las siguientes citas electorales, le siguió la resaca del anuncio de la apertura de conversaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para garantizar su asistencia financiera.

Dichas negociaciones culminaron con la obtención de un préstamo stand by de 50 mil millones de dólares y con la obligación de alcanzar, entre otras metas, una determinada cifra de inflación. La memoria de otras intervenciones del FMI generó tensión social y en estos días regresa la tormentapor el aumento peligroso del “riesgo país”.

El miedo a la devaluación y el pánico al default, convive con las investigaciones judiciales sobre corrupción.

Las más recientes reciben el nombre de cuadernogate; asunto que hace referencia a las declaraciones de empresarios arrepentidos que confirmaron en sede judicial el pago de “coimas” a funcionarios del gobierno kirchnerista y que podría traducirse en la petición de desafuero de Cristina Kirchner (recordemos que en la actualidad es senadora). La trayectoria de ciertos jueces está bajo sospecha y, por tanto, una parte de la población aplaude sus decisiones y la otra, desconfía.

La conjunción de crisis económica con desprestigio institucional es un augurio de malas noticias. Las terceras vías tienen su pequeño espacio de acción.

UN APUNTE

Responsabilidad

Hay intelectuales y periodistas que se resisten a entender el compromiso como el hecho de ocupar una trinchera y que elevan con sus argumentaciones no el fervor de la militancia sino el conocimiento de la opinión pública; voces con eco relativo pero imprescindibles para la distensión.

El Nacional

La Voz de Todos