Leonel Fernández, Danilo Medina y el PLD — aprovechándose de los poderes que controlan– se propusieron la destrucción del PRD y todo parece indicar que su propósito sería consumado, sobre todo ante el conservadurismo exhibido por el segmento de Hipólito Mejía, que nada hace para impedir una burla sin precedentes.
La desaparición del PRD no debía de motivar preocupación, porque las dos franjas que se disputan el control carecen de ideología e inquietudes sociales. Sus dirigentes principales, salvo contadas excepciones, hace mucho tiempo que dejaron de identificarse con las causas nobles y democráticas de la sociedad dominicana.
Quienes responden a las directrices de Miguel Vargas no tienen otra razón que el recibo de migajas de los recursos que maneja el partido y uno que otros cargos concedidos por Leonel, mientras el presidente de la entidad muestra conductas públicas que sólo podrían descansar en grandes operaciones político-comerciales con Leonel Fernández.
Aquellos que están detrás de Hipólito Mejía aspiran a su retorno al poder, para alzarse con una posición pública. No hay otra razón, porque Mejía no ha sido un abanderado en la consecución del 4% para educación, ni ha conducido otras luchas reivindicativas en los últimos tiempos. Solo sabe ser candidato presidencial.
Y los miembros de la comisión mediadora, que en vano procuran un entendimiento indigno, muestran agonía y se resisten a perder el instrumento que les ha dado status político, económico y social. Miguel Vargas les desmiente y muchos sentimos vergüenza ajena.
Ante un PRD deficiente en su último gobierno y deficiente desde la oposición, no hay porqué preocuparse de su desaparición. Lo que sí es motivo de preocupación es el carácter sepulturero del PLD gobernante y el no surgimiento de una organización que enfrente los desmanes de esta dictadura encubierta.
