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Sin Bosch ni voto

Sin Bosch ni voto

Tal parece que los partidos políticos en la República Dominicana han devenido en centros de reclusión mental.

Ante cualquier asomo de disidencia, se corre el riesgo de ser acusado de pepeachista o danilista, porque, se supone, tener pensamiento propio es delito o transfuguismo ideológico, en el mundo sobornable y extrañamente pundonoroso de la manada.

Se ha olvidado que creer que se puede hacer mejor y diferente, era una de las premisas morales y filosóficas del profesor Juan Bosch (1909-2001), y que la práctica de la  honestidad y la autocrítica, siempre fueron principios innegociables, prodigados por el marxismo.

Bosch, autocalificado marxista, tuvo como premisa de su fundamentación ideológico-partidaria, la creación de un entramado político, cónsono con las necesidades básicas de la población más desposeída. Amén de que éste se volviera vehículo efectivo donde la masa hallara encauce a sus reales aspiraciones.

 Ese de  “quien no vive para servir, no sirve para vivir”, era el  aserto de un humanista, que, inmerso en el azaroso y confuso mundo de la política partidaria, transfiguró en “servir al partido para servir al pueblo”, que tantos sicofantes han mal entendido, confundiéndolo con el abuso de las posiciones radicales.

Lo que llevó a Bosch a la política militante, fue el convencimiento de que, consumado un acto de amor en pro del desarrollo de la colectividad social dominicana, sus coterráneos dejarían de ser presa fácil de un horizonte sin destino, y alcanzarían espacios de redención y realización más dignos y promisorios.

Estamos ante un hacer y un decir en libertad, edificados por un claro y sincero sentimiento duartiano, cuyos rasgos de desprendimiento individual, se apuntalan como un hito en las últimas décadas de nuestra historia política.

Recordemos que era parte del ideario de Juan Pablo Duarte, ver a la política como la más pura  y noble ocupación, sólo superada por la filosofía. Pero ha de alegarse que esos eran otros tiempos y que era otro el carácter y corazón de los hombres.

Juan Bosch no sólo era un creyente ferviente y consumado de la patria con viabilidad de futuro. A su propio decir, del atolladero histórico podría salirse con sacrificio y entrega desinteresada. Así lo predicó y nadie puede negar que su vida y obra, complementaron sus ideas con gran valor y denodada gallardía.

Es bajo la égida de estos preceptos morales y con un alto sentido de la justicia y la dignidad, que el autor de “Camino Real” (1933), creó escuelas de formación, y se erigió en mentor de las dos principales fuerzas políticas de la República Dominicana.

Pero hoy la página es otra y son otros los motivos que mueven y seducen a muchos de aquellos que le sucedieron.

Al propio Bosch se le acusa de traiciones y bajas componendas. Se le nombra como uno de los artífices del “juego de sombras” que por más de veinte años asoló la República.

Lo paradójico es que tales acusaciones lograran asidero en un porcentaje significativo de quienes albergaran las mismas entrañas de los partidos que intentó orientar y organizar, como una de sus tantas obras literarias. Y que el fardo intelectual de tales inquinas, proviniera de aquellos que, el propio Bosch, intentó  execrar a tiempo  de su diestra, por considerar que a éstos  les importaba poco la calidad del voto, mas sí el “teje-maneje” que se hacía presente a favor de sus espurios intereses personales.

De ahí su constante alusión al dicho martiano, hoy convertido en aforismo popular: “En política hay cosas que se ven y hay cosas que no se ven”.

Bosch nunca congenió con aquellos que consideraban como acertada la visión de Nicolas Maquiavelo (1469-1527), sobre lo que caracteriza a un verdadero estadista; puesto que jamás se dejó convencer de que un político con vergüenza ha de mantenerse en el poder a sangre y fuego. Cueste lo que cueste y por encima de las razones y principios de aquello y de quienes se les opongan.

El autor de “Composición Social Dominicana” (1970), creía ciertamente en la democracia, y esto le valió más de una vez que se le considerase como un hombre cobarde, en un país de espíritu apagado por los “sangre cansada”, quizás el debate debería girar en torno a la cada vez más evidenciada posibilidad de que, quizás, el país no estaba preparado para la libertad que proyectaban y promovían sus luces.

Marco sin referencia

A pesar de las tantísimas actividades que sin duda merecía la conmemoración de su nacimiento, podría pensarse que lo que compendia el origen de  la historia política de Juan Bosch, y lo que otrora enmarcara su figura estelar, convive hoy a la zaga, frente a sus resultados reales.

El entonces “blanco impoluto”, se muestra un día como alfil de una treta cocida en tiempos de acuerdos de aposento y otro, ajeno al papel de un opositor real por activo; cuya memoria y accionar transita en cámara lenta, haciéndose casi desconocido ante el propio conglomerado que enamorara en 1978, tras convertirse en la única organización política que le devolviera sus libertades públicas, conculcadas vilmente por casi cuatro décadas.

El morado, “con la estrella amarilla”, de pasado paradigmático por erigirse en ícono del comedimiento, la honradez, la preocupación por el comportamiento y formación de una membresía; pródiga en la defensa y promoción de los valores cívicos y los sentimientos patrióticos, hoy exhibe sus bordes colorados, y sirve de cantera y plataforma a diletantes y agentes del “búsca-me-lo-mío”; inconsciente y despilfarrante; ajeno a quien lo soñara y fundamentara.

Aunque ciertamente podrían señalarse con lupa ciertas excepciones, no deja de ser sintomático el hecho de que, desde el propio seno de las organizaciones que ideara Juan Bosch, provengan tantas denuncias de fraudes y exclusiones, provenidas de los llamados “votos duros” o de aquellos que, lastimosamente, se autodenominan representantes del “bochismo auténtico”.

El Nacional

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