Opinión

Sobre lo absurdo

Sobre lo absurdo

No hay mejor combate que el escenificado entre la creación y la propia vida. Esto, claro está, si se conjuga amplia y vigorosamente el verbo griego “poieo”, de donde proviene la “peri poitikís”. Por eso, todo escritor debe tener como norte: hacer, construir, engendrar, crear, ya que no puede existir contradicción en la poética apoyada en una mimesis totalizadora, capaz de exorcizar la herencia que la teología nos endilga para confundirnos (la harmatia), e irse hacia la pasión de una crítica consciente (el pathos), hacia la definición ética de la vida trascendente (el ethos), y la violencia de la sanidad (la maravillosa catarsis). Es por este correlato que Brecht y Ionesco fueron compatibles desde la esfera del absurdo.

A Berthold Brecht lo descubrí antes de asombrarme con “Madre coraje y sus hijos”, que escribió en 1939, ya que su “Ópera de los dos centavos” (conocida como “la de los tres…”), me había llegado antes de conocer aquella. Sin embargo, tropezarme en 1962 (en el minúsculo teatro de la Huchette, en París) con “La cantante calva”, de Eugène Ionesco, fue un extraordinario golpe para mi conciencia escénica, estancada en Sófocles, Esquilo, Eurípides, Aristófanes, Terencio, Livio Andrónico, Plauto, William Shakespeare, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Antón Chejov, Henrik Ibsen, Eugene O’Neill, Arthur Miller, Jean Paul Sartre, Luigi Pirandello, Albert Camus, Franklin Domínguez, Máximo Avilés Blonda, y otros. Comprendí frente a aquel teatro del absurdo, que estaba ante una revolución. Porque todas las revoluciones, provengan de donde provengan, siempre renuevan y siembran semillas de luz. Pero al colocar a Ionesco frente a las obras de Brecht, comprendí que lo absurdo estaba detrás de todas las realidades.

Brecht renovó el montaje escénico con la causticidad de un cirujano de la piel social, mientras Ionesco lo hizo desde la profundidad de un lenguaje equiparado desde el método Assimil. Claro, Brecht utilizó un lenguaje ilógico en 1928, cuando montó “La ópera de los dos centavos”, con música del compositor alemán Kart Weill, basándose en la ópera “The Beggar’s Opera”, del dramaturgo británico John Gay, 1728. Aunque Brecht le llevaba once años a Ionesco (Brecht nació en 1898 y Ionesco en 1909), ambos pueden ser considerados de la misma generación y de ahí a que sus obras se inserten en un periodo histórico en que se consumaron grandes revoluciones estéticas.

Brecht y Ionesco colmaron la mimesis con esas formas aristotélicas sobre el qué se imita y el cómo se imita: narrando, actuando y ampliando el concepto de virtud que Heidegger vinculó a la mera racionalidad de los medios. Aunque por lo bajo, tanto Brecht como Ionesco, debieron sentir algunas neuronas presionadas por aquella inspiración dadaísta de que si no hay problemas es porque no hay soluciones, tan cacareada por Marcel Duchamp y que Ludwig Wittgenstein convirtió en “no hay enigma”. Pero, dígame usted, ¿no es un colosal absurdo lo que estamos viviendo hoy en el país? ¿No es, acaso, la materialización misma del absurdo?

El Nacional

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