Opinión

Suena el alerta

Suena el alerta

En América Latina el sistema democrático se ha caracterizado por la celebración de elecciones, reduciendo el ejercicio del sufragio a una mera formalidad. Los ejemplos se cuentan por montones. Sin embargo, ha habido un caso que ha sonado la alarma sobre la esencia de los regímenes políticos en la región: la reelección de la presidenta Dilma Rousseff. No solo por los ajustados resultados, sino por la composición del voto. La actual mandataria perdió en los estados con más empuje económico y desarrollo social, como Sao Paulo, pero ganó en los más deprimidos, gracias a los programas sociales, que en Brasil, es justo reconocerlo, no son tan clientelistas como en otros países de la región. Las diferencias sociales y regionales explican la reacción de los mercados tras confirmarse la victoria de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT): devaluación del real (moneda brasileña) y caída en picada de las acciones de las empresas estatales. Solo Petrobras, la más grande del continente, perdió un 10%.

Dilma, que es muy inteligente, ha captado el mensaje de los mercados y por tanto no tardó en montarse en la ola de cambios que marcó el proceso e incluso comprometerse a combatir la corrupción, de la que fue blanco en vísperas del sufragio. En su campaña había reconocido la necesidad de ajustes para devolver el crecimiento a la economía y más drasticidad frente al enriquecimiento ilícito, soborno, tráfico de influencias y dilapidación de los recursos públicos a través de programas populistas, prácticas que desde hace tiempo muchos expertos y analistas califican como la tumba del sistema democrático en América Latina. La crisis económica que desde mucho antes de la caída de los precios del petróleo corroe a Venezuela, que ha sido uno de los principales propulsores del modelo para preservar el poder a través del juego electoral, ilustra los riesgos que lo acechan.

Consciente de la inquietud que a propósito del fenómeno brasileño ha generado el germen, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, no tardó en desmarcarse al afirmar que su país ni su Gobierno son populistas. No son las políticas sociales como tales las que atentan contra el sistema democrático, sino la utilización de esos medios para ganar capital político. Es obvio que en países plagados de desigualdades los más vulnerables no pueden ser abandonados a su suerte, dejar que se los lleve el demonio. El Estado tiene que tender la mano a esas familias por medio de programas que durante un tiempo garanticen por lo menos alimentación, salud y educación.

La reacción de los mercados sobre la victoria de Dilma ha sido la señal de alerta más elocuente en torno al quehacer político en la región. Pero más específicamente contra el populismo y la corrupción como amenaza del sistema democrático.

El Nacional

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