Opinión

Suicidio y crisis económica

Suicidio y crisis económica

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha mostrado satisfacción por los resultados de la cumbre de Londres, donde los 20 países con las economías más desarrolladas del mundo se reunieron a deliberar sobre la crisis económica global y el destino del género humano.

Un billón de dólares será inyectado a los organismos financieros multilaterales para intentar apagar las llamas iniciadas en Wall Street, ahora extendidas por todo el planeta. Unos 750 mil millones irán al Fondo Monetario Internacional (FMI), que promete destinar 500 mil de ellos a los países en “vía de desarrollo”.

Pero no todo es optimismo, ya Hugo Chávez y Evo Morales expresaron su escepticismo ante las prácticas fondomonetaristas de imponer a los países del Tercer Mundo sus políticas económicas y el endeudamiento, con su secuela de hambre y pobreza. Fidel Castro, entre otros pareceres, informa que un nuevo fantasma recorre el mundo: el cambio climático.

La Unión Europea, China y Japón encabezan los países con fuertes economías que aportarán los fondos a los países con mayor impacto de la crisis global, expresada en creciente desempleo, inseguridad alimentaria y convulsiones sociales.

Pese a que Japón es uno de los inyectores de dinero, su crisis económica empeora la existencia de sus ciudadanos, medida en la tasa de suicidios, incrementada en un 15% este año respecto al 2008, cuando se quitaron la vida unos 32 mil japoneses.

Ese país es el segundo desarrollado con más alta tasa de suicidio, después de Rusia. Un telón de fondo: La tradición de los antiguos guerreros samurai y kamikazes, el seppuku y el harakiri, como “solución honorable” frente al infortunio.

Pero es innegable que existe una nueva realidad que desencadena esa conducta autodestructiva en Japón: la crisis económica. Según el gobierno, las personas que perdieron su trabajo en los últimos meses de 2008 quedaron sin seguro de desempleo.

Debemos prepararnos para enfrentar los efectos de ese tsunami económico, sobre todo en las clases medias y altas, porque los de más abajo —curtidos en las penurias— tienden a luchar a “brazos partidos”, aunque ya se percibe mucha desesperanza colectiva, que se traduce en depresión, irritabilidad y violencia.

Como expresión de masas se han iniciado movimientos de protestas. Los dominicanos no se suicidan tanto como en Japón, sino que frente a esas adversidades se manifiestan en las calles, que en un país como el nuestro —marcado por el autoritarismo— es exponerse a la represión primitiva de la metralla. 

Todavía el gobierno no cuenta con un plan maestro para enfrentar la crisis. Sus prioridades no son elevar muros de contención a ese fenómeno, alivianar el presente ni asegurar el futuro de la nación, sino preservar el poder y los privilegios del grupo social gobernante, aunque para ello tenga que imponer una nueva Constitución.

Es como si se jugara a los tormentos de Yukio Mishima.

 

El Nacional

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