Opinión

Tarde o temprano

Tarde o temprano

En una época en que la gente duda hasta de los hechos, como señala el gran pensador Noam Chonsky, son más que justificadas las reservas de que la justicia resplandecerá, que terminará por imponerse a la impunidad enquistada en todas las esferass, que ha rodeado crímenes horrendos y escándalos de corrupción protagonizados por el poder político. Sin embargo, hay motivos para mantener la esperanza.

Juicios como los celebrados contra los represores argentinos que encabezaron la sangrienta dictadura militar que asumió el poder tras el golpe de Estado de 1974 y el mismo proceso incoado contra la expresidenta Cristina Fernández por supuesto encubrimiento a los sospechosos del atentado de 1994 a una entidad judía confirman que la justicia no es ninguna utopía, que puede tardar, pero un día llega. De la misma forma que en Argentina, así se ha ocurrido y ocurrirá en otros países.

Lejos tenían los represores argentinos que años después de dejar el poder, muchos en plena vejez y retirados de todo tipo de actividad, podían ser reclamados por los tribunales para ser juzgados por los crímenes de lesa humanidad en que incurrieron cuando detentaban el poder.

Al ser declarados culpables casi todos fueron despojados de los bienes mal habidos y condenados a penas como cadena perpetua. Las celdas en las que encerraron a cientos de inocentes se han convertido en su morada, donde a figuras tan sanguinarias como los generales Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone lo ha sorprendido la muerte.

Cristina Fernández gobernó Argentina de 2007 a 2015. Sustituyó en el poder a su esposo Néstor Kirchner y en la actualidad se desempeña como senadora.

En 1994, cuando ocurrió el atentado a la sede de la Asociación Mutualista Israelí Argentina (Amia), donde murieron 85 personas, dirigía los destinos de la nación el peronista y hoy senador Carlos Saúl Menem.

¿Por qué entonces el juicio contra Fernández y no contra Menem? Porque es sobre la base de la denuncia que presentó en 2015 días antes de ser encontrado muerto el fiscal Alberto Nisman, de encubrir a los terroristas sospechosos de la acción. Por supuesto que jamás podía imaginar que llegaría el día en que tendría que responder por los delitos en que pudo haber incurrido en el ejercicio del poder.

Los ejemplos podrán ser simples, pero no dejan de constituir referentes en la lucha contra la impunidad. Por aquí, donde no se abrigan muchas esperanzas de que los grandes escándalos podrían aclararse, solo hay que recordar los procesos contra los remanentes y los esbirros de la tiranía trujillista.

La justicia puede tardar más de lo esperado o lo razonable, pero de que llega, llega. Tarde o temprano. Puede darse por descontado que los escándalos de hoy no pasarán a la historia.

El Nacional

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