Opinión

Trago amargo

Trago amargo

Después de la atroz matanza de 1937, emigrar a República Dominicana tiene que ser uno de los tragos más amargos para los haitianos. Pero la necesidad tiene cara de hereje, y por lo tanto, para no morirse de hambre, porque no tienen otra cosa a qué echar mano para satisfacer sus necesidades o prolongar su agonía, no solo tienen que olvidar el genocidio, sino aceptar tanto que se les discrimine por la pobreza histórica que arrastran como aceptar que se les explote en inhumanas jornadas laborales. Y de quejarse, se les enrostra su ingratitud. Por ese resentimiento que se renueva en estos tiempos a través de un patriotismo pueril, Trujillo hizo que se ejecutara a puñaladas, machetazos, palos, pedradas y disparos de armas de fuego a más de 20 mil seres humanos que ejercían el sagrado derecho a la subsistencia en base al trabajo.

Salvo reacciones violentas como las perpetradas en Petion-Ville y algún que otro incidente, los haitianos, contra quienes se ha estereotipado toda clase de prejuicios, no manifiestan el odio y el rencor que por estos lares un sector propaga contra ellos. A la luz de la historia, la agresión constituye un caso aislado, que en modo alguno se puede tomar como pretexto para justificar la vesánica sentencia del Tribunal Constitucional sobre la nacionalidad, pero tampoco para obstaculizar la regularización a miles y miles de inmigrantes haitianos. En un momento en que el Gobierno de Estados Unidos busca la legalización de más de 12 millones de indocumentados y en que los nacionalismos son rechazados por el mundo democrático, un país que tiene en las remesas una de sus principales fuentes de divisas debe ser flexible.

La ayuda prestada a Haití en diferentes circunstancias ha sido un gesto de solidaridad. Sin importar que algunas acciones puedan incluso cuestionarse. En el plano económico y comercial de este lado cayó mal que la vecina República vedara la importación de productos avícolas y otras mercancías, a raíz de lo cual se iniciaron negociaciones para transparentar las operaciones. Como además existen problemas migratorios y de la más diversa índole, esas conversaciones, que son tan necesarias para zanjar diferencias y explorar soluciones comunes, que cuentan con la mediación de la comunidad internacional, jamás han debido interrumpirse.

El fuego no se puede apagar con gasolina. La realidad hoy es que el malestar, agravado a partir de la irrupción en el consulado dominicano en Puerto Príncipe de una turba, que arrió e incendió la bandera nacional, no tiene otra vía para abordarse que no sea la diplomática. Para allanar el camino, el Gobierno, si bien ha hecho auspiciosos aportes, tiene que evitar que funcionarios y entidades públicas dejen la impresión de que estimulan el antihaitianismo en la población. E incluso para que se aclaren, sin la menor pizca duda, sucesos como el del limpiabotas haitiano que tras ser asesinado a palos y estocadas el cadáver fue colgado de un árbol en un parque de Santiago.

El Nacional

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