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Tres poemas para  Jesús

Tres poemas para  Jesús

El nacimiento de Jesús reúne una serie de elementos que confirman el carácter divino de este hombre. No sólo el hecho de que haya dividido la historia humana en dos grandes períodos que se impusieron a todos los intentos por marcar el paso del tiempo, sino también la ocurrencia de algunas acciones que conducen al convencimiento de que el nacimiento de Jesús representa un hecho excepcional.

  Los evangelios destilan emociones como sostienen conceptos y razones. Contado felizmente por los evangelios, el nacimiento de Jesús constituye una obligada referencia para quienes estudien la  historia.

 Pero  los fines de este artículo son limitados. Quiero referirme a tres hechos poéticos directamente relacionados, con el nacimiento de Jesús, o mejor motivados por éste.

Me refiero a los tres cánticos de júbilo que registra el evangelio de Lucas. Son precisamente poemas con estructura propia de esta condición y que remiten a los Salmos de David y otros cánticos insertos en distintos libros del Antiguo Testamento, por su estructura como por el contenido.

De modo que el nacimiento de Jesús ha quedado para siempre timbrado de poesía y candor.   La poesía, que siempre,  se ha fundamentado más en sentimientos y emociones que en buenas razones, sirve aquí de testimonio de lo que ha significado este acontecimiento.

Hablo del Magnificat, entonado por  María, la madre de Jesús; Benedictus, de Zacarías, y el cántico de Simeón.

El Magnificat fue entonado por María al visitar a su prima Isabel, quien se emocionó notablemente por la visita  de la que sería madre de Jesús. Ha sido definido como el “testamento espiritual de Nuestra Señora”. Este canto, como los otros dos, es ampliamente usado en los cultos católicos, musicalizado. Tiene su antecedente en el Canto de Ana, que comienza con “Mi corazón exulta en Yahveh/ mi fuerza se eleva hasta mi Dios”. (I Samuel 2,1-10). Ana era la madre de María.

 El Papa Juan Pablo II dijo sobre este asunto que: “Desde esta perspectiva, la Virgen del Magnificat nos ayuda a comprender mejor el valor y el sentido del gran jubileo ya inminente, tiempo propicio en el que la iglesia universal se unirá a su cántico para alabar la admirable obra de la Encarnación.

El espíritu del Magnificat es el espíritu del jubileo; en efecto, en el cántico profético María manifiesta el júbilo que colma su corazón, porque Dios, su Salvador, puso los ojos en la humildad de su esclava”. (cf. Lc 1, 47-48).

De su lado, Zacarías, padre de Juan el Bautista, entonó un canto: “Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido su pueblo”. Tiene dos partes: alabanza a Dios por lo que hizo con su pueblo y otra dirigida al niño recién nacido (Juan) “Serás llamado profeta del Altísimo, pues tú irás delante del Señor…”.  En él concurren el estilo judío y el cristiano.

Se cree que fue introducido por primera vez por San Benito (Beaume, I, 253). Según Durandus, “la alusión a la venida de Cristo bajo la figura del sol naciente tuvo también alguna influencia en su adopción. También se usa en varios otros oficios litúrgicos, notablemente en los funerales, en el momento del entierro, cuando las palabras de acción de gracias por la Redención son especialmente adecuadas como expresión de la esperanza cristiana”.

El cántico de Simeón (Ahora puedes dejar, Señor, a tu siervo marchar en paz…).

A Simeón, el Espíritu Santo le había prometido no morir sin ver el nacimiento del Mesías.

El Nacional

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