Reportajes

Trujillo llevó el merengue a los salones y lo impuso en todo el país

Trujillo llevó el merengue a los salones y lo impuso en todo el país

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Rafael Trujillo Molina había llevado, a partir del 1930, el merengue, expresión folklórica rural de nuestro pueblo, a los salones y lo había impuesto en todo el país y en todos los municipios cabeceras, en los cuales para 1945 existían bandas de música con instrumentos de extraordinaria calidad, estadounidenses y europeos. Esa era en la realidad social y política de nuestro pueblo una incuestionable manifestación o expresión de cultura popular.

En los meses finales del año de 1944, después de permanecer por espacio de tres meses en la ciudad capital, siguiendo las órdenes de Héctor B. Trujillo, (Negro), nuestro padre se trasladó a San Francisco de Macorís, bajo la protección y guía del doctor Armando García Jiménez, odontólogo, senador de la República, uno de los hombres más ricos de la provincia, dueño de plantaciones de cacao, de gran capacidad de producción.

Fue en San Francisco de Macorís, con casi nueve años de edad, que por primera vez escuchamos una banda de música, de excelente calidad, interpretar merengues del verdadero folklor dominicano, con arreglos orquestales, en la cual se destacaban los instrumentos de viento, particularmente los cornetines, llamados ahora trompetas, y los saxofones.

En el parque principal de la ciudad, situado frente a la iglesia parroquial, al local donde estaba ubicado el tribunal de primera instancia y el teatro José Trujillo Valdez, esa banda de música, bajo la dirección de Sixto Brea, interpretaba la música folklórica con ritmo y estilo admirables.

Para esa época “Compadre Juan” se había convertido en el símbolo y expresión de nuestro merengue, composición de Luis Alberti, que se tocaba con un paseo como introducción, que lo realizaban las parejas, mujer y hombre, tomados de gancho.

En el registro de nuestra memoria están presentes los merengues linieros “Juan Gomero”, la primera expresión verdaderamente folklórica de nuestro país, de autor desconocido; a estos se sumaban “Hatillo Palma”; “Loreta”, también de Luis Alberti; “Caña Brava”, de Toño Abreu; “Fiesta”, de Luis Alberti; “San Antonio”, “Los Chávez” y “Los Galleros”, de Ñico Lora; además de merengues dedicados a Trujillo, entre los cuales, los más conocidos y que con más frecuencia se tocaban, que eran “Najayo” y “Llegó”.

En esos momentos comenzaba a conocerse “San Cristóbal”, de Enriquillo Sánchez, dedicado a la comunidad donde había nacido Trujillo, y como había recién finalizado la Segunda Guerra Mundial se tocaba también “La Miseria”.

El merengue se había convertido en la verdadera expresión musical del pueblo dominicano y a lo largo y ancho del país se habían multiplicado los conjuntos típicos, llamados “pericos ripiaos”; además del merengue comenzaron a escucharse en los conciertos dominicales o “retretas” otros aires folklóricos de nuestro país como las mangulinas, las salves, que eran incuestionablemente manifestaciones musicales influenciadas en sus raíces por la música española. En esa banda de música de San Francisco de Macorís tocaban los hermanos Fernández que fueron músicos de extraordinaria calidad, que luego se fueron a vivir fuera del país, en Venezuela y Puerto Rico, y tocaba también Tatán Minaya, fino compositor de música romántica.

El municipio cabecera de la provincia Duarte, San Francisco de Macorís, era para el momento en que la familia del autor llegó a residir allí, una comunidad de extraordinaria importancia en la vida de nuestro país. En términos culturales, era una sociedad con matices realmente admirables.

Si no nos equivocamos, en esa comunidad había por lo menos treinta hogares con piano y conocidas familias de importancia como la Simó, cuyos componentes, mujeres y hombres, eran músicos de primera categoría.
Cuando regresamos a la capital de nuestra corta estadía en San Francisco, para 1946 J. Arismendy Trujillo, Petán, había trasladado a la capital, la emisora que había fundado en el municipio de Bonao, en la provincia de La Vega, y que bautizó con el nombre de “La Voz del Yuna”; instalándola en la calle La Guardia, entre la Barahona y la José Dolores Alfonseca, que hoy tiene el nombre de José de San Martín.

La emisora fundada por Petán Trujillo en una acción loable, excepcionalmente trascendente en la vida cultural del pueblo dominicano, vino a completar en los matices más profundos de su personalidad, el perfil como nación de la República. No tenemos reparos en reconocerlo, ni nos importa un pito lo que aventureros y ascensoristas del antitrujillismo moderno, que se montaron en el largo ferrocarril del oportunismo después del 30 de mayo de 1961, sigan repitiendo, 51 años después de la desaparición física del régimen de Trujillo. En términos reales, verídicos, históricos, está bueno ya de que se siga confundiendo a los dominicanos, particularmente a los jóvenes, para que no tengan idea de las raíces verdaderas de sus orígenes y de su identidad cultural.

Rafael Solano, músico de primera categoría, gloria del pueblo dominicano, al hablar de esa emisora fundada por el hermano de Rafael Trujillo Molina y que cambió su nombre después por el de “La Voz Dominicana”, dice lo siguiente: “La Voz Dominicana fue en su tiempo, sin lugar a dudas, el más importante centro de radio y televisión en toda la América Latina, por encima de la CMQ en Cuba, XEW en México y Radio Belgrano en Buenos Aires.

Nunca, en parte alguna había existido una emisora con un personal ni una programación tan abundante como excelente, desde la más simple audición de música típica hasta los montajes de grandes óperas, desde el más sencillo dueto hasta las más completas formaciones sinfónicas”.

El Palacio Radio-Televisor la Voz Dominicana era un real enjambre de músicos en movimiento, instrumentos en manos desplazándose de un estudio a otro, de programa en programa, cada día, desde muy temprano y hasta la madrugada (un centro nocturno operaba en la cuarta planta con música bailable y espectáculos).

De entre tanta diversidad de agrupaciones, sin embargo, tres grandes orquestas constituían la columna músico-vertebral de la empresa: la Súper Orquesta San José, (bautizada así en honor al fundador), la Gran Orquesta Angelita y la Melódica.

Estas tres formaciones diferían estilísticamente una de la otra: la San José, por ejemplo, de corte más internacional, se especializaba en el acompañamiento de las grandes figuras extranjeras; la Angelita, por su parte, aunque presta para todo, ponía más énfasis en los bailables, a la par con la Melódica. Cada una de estas orquestas iniciaba sus programas radiales, de televisión, fiestas y espectáculos teatrales con su característica musical o tema.

El Nacional

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