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Un concierto impactante

Un concierto  impactante

He visto decenas de veces al maestro José Antonio Molina dirigiendo con ostensible destreza, vigor y emoción, nuestra Orquesta Sinfónica Nacional.

Pero pocas de ellas equiparables a la del concierto del pasado día 23 donde el versátil y virtuoso músico hizo gala de impactante, auténtica y lucida maestría escénica.

Un público entusiasta proveyó de nutridos aplausos a la orquesta y a su famoso conductor durante el transcurso del magnífico programa, que se inició con el bello Preludio y Muerte por Amor, de la ópera Tristán e Isolda, con música y libreto de Richard Wagner.

Las obras de este genial músico alemán son de las muestras características de las diferencias existentes entre la personalidad y las obras de grandes artistas.

Leyendo sobre la vida de este compositor, comprobamos que la ingratitud, la irresponsabilidad en el cumplimiento de sus deberes y obligaciones y la inconstancia de sus afectos, contrastan notablemente con la grandiosidad y el encanto de sus creaciones.

El violinista chino Angelo Xiang, profundamente compenetrado con orquesta y director, unió en su actuación impecabilidad interpretativa y gracia de movimiento con intermitentes esbozos de sonrisa.

Los que hemos escuchado con relativa frecuencia los cinco conciertos para violín y orquesta de Mozart sabemos que los tres últimos son los favoritos tanto de los aficionados de la música sinfónica, como de los intérpretes solistas, y directores de orquesta.

Ganador del premio internacional del instrumento Yehudi Menuhin, además de otros galardones, ha asumido el reto de actuar con numerosas orquestas sinfónicas de ciudades norteamericanas con gran éxito.

La absorta y reverente atención de los asistentes al espectáculo ante su actuación se tradujo en un silencio absoluto, equiparable al de los cementerios en la cerrada oscuridad que precede al amanecer.

Tanto en la acometividad inicial de su primer movimiento Allegro, al cual sigue un tono y tiempo más moderados, como en el sentimentalismo cargado de belleza del Andante Cantabile, Mozart hace uso exultante de su genio musical.

La sutileza del Rondo final, de acuerdo al criterio de algunos estudiosos de sus composiciones, muestra variadas expresiones de estados anímicos, que exhiben un desarrollo sorprendente de la técnica del autor en relación con sus dos primeras obras del instrumento de cuerdas.

Todas y cada una de las facetas del bello cuarto concierto fue interpretada con tal dominio por el violinista chino, que los aplausos que siguieron a su final tuvieron tanta fuerza sonora como la de la orquesta con su acompañante hermandad melódica.

Pero todavía no concluye ahí esa especie de edén musical para oídos mortales privilegiados, porque no había irrumpido en la sala la fuerza magnificente de una Cuarta Sinfonía del atormentado genio de Tchaikosky.

Cuando concibe esta pieza aparecen en la vida de este hombre de orientación homosexual dos mujeres, ambas apasionadas admiradoras: su joven alumna Antonina Milyukova, y la rica viuda cuarentona y amante de la música Nadezhda Von Meck.

Con la finalidad de ocultar la atracción por sus congéneres, al artista le cruzaba por la mente contraer matrimonio, y vivir lo que imaginaba como tranquila existencia hogareña.

Para su total arrepentimiento se casó con Antonina, quien no sólo era ninfómana, sino que sufría el martirologio de severos trastornos emocionales.

Apenas nueve semanas resistió Tchaikovsky el infierno de convivir con una mujer con quien tenía profunda incompatibilidad, y se escapó del lecho conyugal de forma definitiva.

Ya un poco más tranquilo tras su recuperada soledad, se dedicó a su nueva composición sinfónica, siempre con la comunicación por cartas con su platónica protectora económica a distancia, la Von Meck, con quien nunca se reunió.

Era de esperar que su situación emocional dolorosa se reflejara en esta obra, que al describirla programáticamente, el autor fuera reiterativo en el uso de la palabra destino, unida a otras expresiones como fatalidad, alegría no alcanzada, nostalgia, esperanza, dolor, melancolía.

La noche musical paradisíaca auspiciada por el Ministerio de Cultura y la Fundación Sinfonía fue la combinación extasiante de una orquesta con aspiraciones de artística perfección, con el entusiasta y talentoso director que merece.

Los momentos vividos con ellos son los que se conocen en la ciencia jurídica como bienes extra patrimoniales, o sea, que no pueden ser materialmente contabilizados.
Y ese concierto del pasado día 23 de agosto parece la obra de una divinidad.

El Nacional

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