Opinión

Una antipena

Una antipena

Muy pocas cosas ocurren por casualidad. En la mayoría de las ocasiones, los acontecimientos están contextualizados sobre la base de factores objetivos que explican que hayan ocurrido de una forma específica. El azar existe, pero tiene categoría de excepcionalidad.

A esa regla de oro no escapan las características de las naciones en todos los órdenes. Ellas, para bien o para mal, son consecuencia, en su generalidad, de una serie de variables casi siempre inducidas, asumidas, creadas, que las han determinado y que han generado lo que son. Claro, lo más fácil es  engañar y engañarse, intentando atribuir los resultados a elementos que han escapado a las decisiones y la voluntad de quienes han tenido la oportunidad de decidir el curso del destino. Esto último es lo que se intenta imponer como mecanismo para que los responsables puedan eludir su compromiso y salir indemnes. Pero no a todos pueden engatusar.

Lo que irrita es que esa cadena de autoría de acciones perniciosas que nos han conducido a esta situación calamitosa, ha ocurrido sin que se produzcan las correspondientes implicaciones y sin que paguen los que tantas deudas  tienen acumuladas.

Todo lo contrario, esos causantes continúan siendo los grandes protegidos por la complicidad social que adormece a un colectivo que no termina de despertar y pasar balance ante tantos atropellos. Esos verdugos siguen disfrutando de un inmerecido reconocimiento general, como si mientras más daño se hace mejor situado se termina.

Resaltan por su escasez los casos en que esos delincuentes con abolengo se ven compelidos a responder ante un sistema que, frente a ellos, se comporta más que como resorte institucional, como un simulacro que persigue aparentar agallas que no tiene y que se activa para garantizar que todo parezca cambiar para continuar igual. Que conste, muchas veces ni siquiera es propio ese artificio, sino impuesto por influjos exteriores.

Es el caso de la quiebra fraudulenta del Baninter. Al poder judicial dominicano, con toda la porosidad chanchullera que lo permea, lo forzaron a montar un artilugio mediante el cual pretendía hacernos creer que sus lanzas no tenían destinatarios predilectos.  La farsa duro poco. Penas irrisorias aplicadas. Condiciones de privilegio en la ejecución de ese pírrico castigo. Indultos que evitaron conocer el amanecer tras ergástulas. Libertades condicionales improcedentes y, lo más trascendente, patrimonios y famas preservados.

 ¿Puede a algo así llamársele sanción, en el mejor sentido del concepto? Esta sociedad huele a cloaca.

El Nacional

La Voz de Todos