Opinión

Una luz se apaga

Una luz   se apaga

El 31 de marzo, el doctor Rafael Molina Morillo, quien pertenecía a una generación de periodistas de la que tal vez era su último representante, había celebrado sus 87 años de edad. Estaba en tan buen estado de ánimo que sus compañeros de trabajo jamás podían imaginar que dos días después no contarían con la sonrisa, las orientaciones y el fino trato de un hombre cariñoso. La noticia de su muerte sumió a la Redacción de El Día, del cual era fundador y director, en un profundo llanto.

Molina Morillo fue de esos profesionales que hizo camino al andar, como evidencian las huellas que estampó en su ejercicio. Intransigente con la libertad y los principios. Su columna “Mis buenos días”, que publicaba diariamente, es un fiel retrato de su carácter. No se excedía ni siquiera en defensa de la libertad de expresión, de la que era un abanderado a carta cabal.

Era también un gran batallador, pionero de proyectos que parecían quiméricos. Cuando una publicación era una industria compleja, tuvo la iniciativa de emprender la fundación de la desaparecida revista !Ahora! y luego de El Nacional, que circuló por primera vez el 11 de septiembre de 1966. Por ambos medios desfilaron las plumas más comprometidas con el pensamiento progresista y las libertades públicas. Su espíritu vanguardista lo acompañó hasta el último día de su vida.

El 23 de marzo, escribió una columna bajo el título ¿Qué nos depara la suerte?, que se hizo viral en las redes sociales. Decía:
“Durante los últimos días me vi obligado a guardar cama, aquejado por malestares de salud que no le deseo ni siquiera a mi peor enemigo (si lo tuviera).

“Pero lo peor no fueron los fuertes dolores físicos que hube de soportar, sino la sensación de impotencia que se apoderó de mi al tener que leer y releer las crónicas relativas a sobornos, mentiras, inseguridad ciudadana, corrupción e impunidad que se repiten una y mil veces sin que a ninguno de los políticos que nos gobiernan parezca importarles un comino.

Son cada vez más los convencidos de que nos acercanos a un colapso social de grandes dimensiones. Ojalá estemos equivocados y no tengamos que volver a los pasados años de una dictadura encabezada por algún guardia que aparezca como salvador de la patria.

“De ser así, prefiero volver a mi lecho de enfermo y esperar tranquilo que la mala suerte me depare. Cualquier cosa será mejor que retroceder”.

Con la muerte de Molina Morillo se apaga una luz. Se marcha un periodista de esos que asumían la profesión como un sacerdocio, un referente para las presentes y futuras generaciones, que siempre tuvo claro que “la libertad de expresión es el derecho con el que podemos defender los otros derechos, incluso la vida”.

El Nacional

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