Opinión

Una reflexión de Semana Santa

Una reflexión de Semana Santa

SANTIAGO.- La lectura de la carta de la presidencia del Episcopado dominicano, dirigida a los legisladores y legisladoras, numerada 004/2009 y fechada el 30 de marzo pasado, en la que se le advierte al Congreso que “la Iglesia Católica no ha variado su posición frente al aborto” y se remite al mensaje del 27 de febrero 2009, nos confirma que la jerarquía católica dominicana está lejos de su propia feligresía.

 Ese distanciamiento no sólo aisla a una cúpula radical e indiferente a los cambios sociales, aparentemente más preocupada por mantener el poder manipulador sobre el Estado y sus creyentes, sino que también afecta a la propia comunidad de sus bautizados y bautizadas, acercando las renuncias masivas de creyentes que, como fenómeno se está produciendo en otros países, en los últimos diez años.

Nos referimos al ejercicio de la apostasía que se han ido multiplicando en el mundo en campañas masivas de ciudadanos y ciudadanas bajo slóganes tales como, “Nosotros nos vamos”, o “No en mi nombre”, o “Por la Laicidad y la Libertad de Conciencia”, para solicitar de manera formal su separación del registro bautismal como certificación de pertenencia a una iglesia que, dicen en conjunto, no les representa. Una especie de desafiliación sobre la cual las ni las Conferencias Episcopales de los países afectados, ni la cúpula eclesial romana, quieren reconocer.

Después de que miles de católicos y católicas de Europa se han desarraigado voluntariamente de su iglesia, la semana pasada, más de mil personas expresó su renuncia a la religión católica en Buenos Aires, Argentina, exigiendo que sus nombres sean borrados de los registros eclesiásticos, un acto más de apostasía colectiva, en desacuerdo a la “política social, sexual y económica” de la iglesia de Roma.

Hay que recordar que en historia de la Iglesia Católica, la apostasía colectiva es un fenómeno recurrente y responsable de grandes movimientos religiosos que buscan desarmar la corrupción de la burocracia jerárquica, para volver al cristianismo original, tal como fue el período del Restauracionismo o Gran Apostasía, del que nacieron muchas de las diferentes iglesias que conocemos hoy como “protestantes”.

Las personas entrevistadas que se separan de la Iglesia Católica, referidas en las crónicas periodísticas que cubren las campañas, coinciden en enfatizar que no renuncian a sus creencias religiosas ni a su cristianismo, pero si a una la institución que, entienden ellos y ellas, “se ha corrompido en su cúpula y afecta la misma espiritualidad de la feligresía a quien engañan, asustan y manipulan para poder mantenerse en el poder”.

En el artículo, Apostasías reflexionadas, publicado en abril de 2008 en las revistas electrónica “Atrio” y en “Redes Cristianas”, Rosa Lago, investigadora y ecologista, profesora de la  Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Bilbao, refiere su experiencia de renuncia y dice: “La jerarquía eclesiástica me ha usurpado, me ha robado la profunda fuente de inspiración que es el cristianismo, y la utiliza e interpreta a su antojo para ordenar las vidas de las personas […] Siento rabia porque hayan manchado el cristianismo de esta manera […] Desde el Jesús que rompía los cimientos del poder establecido junto a mujeres y hombres, por una sociedad igualitaria y libre, han transcurrido dos mil años de obediencia y sometimiento crecientes, hasta provocar una ruptura clara con los movimientos más liberadores de la sociedad”..

Entre tanto, la base de la Iglesia Católica dominicana, de creyentes que se entregan a compromisos sociales de altruismo entre sí y con sus comunidades, vivieron una Cuaresma de sacrificios frecuentemente obligados por la realidad de vida y se preparan para la Resurrección de una fe basada en la caridad cristiana, viendo como la brecha con su jerarquía, cada vez es más profunda.

El Nacional

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