Opinión

unas de cal…

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¿Quiénes van a la Justicia?

Las órdenes de libertad de personas encarceladas por narcotráfico y otros delitos conexos, al parecer serán tema de discusión por mucho tiempo.

Porque la mayor parte de las críticas se centra en los jueces, pero a veces sería interesante averiguar el papel del Ministerio Público en cada expediente.

En la instrumentación de los expedientes no interviene el juez, sino el fiscal.

Además, tengo entendido que conforme a nuestro ordenamiento jurídico, el juez no puede imponer penas mayores a las que pide el Ministerio Público.

 De manera que en algunos casos el juez pudiera verse ante un expediente preparado con fallas adredes para forzar la libertad de una persona a pesar de la gravedad de sus delitos.

Y  otras veces tendría que tomar decisiones poco entendibles desde fuera del ámbito judicial, para mantener la armonía con el Ministerio Público.

Tal vez por eso hemos visto cargarle el dado al que se robó un huevo frente al ladrón mayor que destruyó alambradas y cargó con 20 vacas ajenas.

O que un detenido con pocos gramos de cocaína es encarcelado mientras el arrestado con decenas de kilos de la misma droga es puesto en libertad, en decisiones judiciales que parecen contradictorias en una buena administración de justicia.

Entiendo que nuestros jueces de hoy están mucho mejor preparados que muchísimos de los que ejercieron esas funciones en el pasado, y que nuestro sistema de justicia ha mejorado considerablemente con el paso del tiempo.

Sin embargo, la administración de la justicia aquí sigue adoleciendo de fallas que con frecuencia nos presentan lenidad y corrupción judicial donde no las hay.

Con frecuencia se producen decisiones judiciales que parecen responder a intereses espurios sin que en realidad tengan vínculo, y creo que quienes manejan el Poder Judicial tendrán que hacer algo para fortalecer y cuidar la credibilidad de nuestra administración de justicia.

Cuenta Plutarco en sus “Vidas paralelas”, que un romano llamado Publio Clodio Pulcro, rico y con una una buena elocuencia, estaba enamorado de Pompeya, la mujer de Julio César.

En una fiesta a una diosa, a la que sólo podían asistir mujeres, el enamorado entró disfrazado de ejecutante de lira, pero fue descubierto, apresado, juzgado y condenado por engaño y sacrilegio.

Como consecuencia de ese hecho, César reprobó a Pompeya a pesar de estar seguro de que ella no había hecho nada indecoroso y que no le había sido infiel.

A él le desagradaba que su esposa fuera sospechada de infidelidad, porque no basta que la mujer del César fuera honesta. También tiene que parecerlo.

Y lo mismo vale para nuestra justicia.

El Nacional

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