Opinión

Unidad de diversidad

Unidad de diversidad

Ha tenido que pasar mucho tiempo para que acepte la lengua como unidad de la diversidad. Su uso y función ha generado a lo largo de la historia apasionados y ricos debates, que todavía no desaparecen.

 Y será así mientras la Real Academia de la Lengua trate de imponer unas normas que las comunidades lingüísticas no siempre asimilan. No hace muchos años México, que representa el mayor conglomerado de hablantes del español, hizo que la Academia flexibilizara unas reglas gramaticales que rompían con viejas prácticas del idioma.

Para los especialistas lengua y lenguaje tienen diferentes significados. Pero, para el común de la gente e incluso para destacadísimas figuras de la literatura, son palabras sinónimas. Tratándose de un abanico tan amplio la tolerancia es la clave de la comunicación e, incluso, de la integración.

En su “Elegías de varones ilustres de Indias”, don Juan de Castellanos comprendió que el español era insuficiente para nombrar el mundo americano, porque, a pesar de su madurez expresiva, no tenía palabras para los árboles, los pájaros, los climas, las frutas, los utensilios, las indumentarias y las culturas nativas. Entonces palabras como huracán, manglar, canoa, iguana, ceiba, múcura, caimán, bohío, batey, tiburón, auyama y hamaca fueron incorporadas a la lengua porque era necesario para facilitar la comunicación.

Pero como ocurre ahora con los neologismos el proceso encontró resistencia hasta en figuras como nada menos y nada más que don Marcelino Menéndez y Pelayo, quien las rechazó porque las consideraba salvajes y que afeaban el idioma.

El mismo espanto que produce a muchos académicos la combinación de letras y números para construir palabras que tanto se emplea a través de las redes sociales. Porque no se acaba de aceptar la evolución ni que la riqueza del idioma está en la diversidad. No en los convencionalismos.

El Nacional

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