La marcha pacífica realizada hacia el Tribunal Superior Electoral por el sector mayoritario del PRD, en protesta por las decisiones parcializadas de ese organismo, fue reseñada por los medios de comunicación social como una actividad encabezada por el ingeniero Hipólito Mejía.

Debería evitarse el protagonismo personal, máxime si recae sobre el ex presidente de la República, cuya principal característica no es la chabacanería como creen muchos. Hipólito Mejía es un hombre disperso y extremadamente conservador. Dudo que, ante ese perfil, un movimiento encabezado por él sea exitoso.

Lo aconsejable sería la formación de un equipo colegiado multipartidario y adornado de figuras con la voluntad y el compromiso social y político para desarrollar un plan de luchas que, finalmente, desmonte la centralización de los poderes del Estado y la pretensión del PLD de constituirse en partido único.

El PRD cuenta con dirigentes de ideas progresistas, pero no juegan roles estelares y el liderazgo de los últimos años se ha dividido entre Miguel Vargas e Hipólito Mejía, razón por la que esa entidad política ha estado ausente en las principales demandas reivindicativas.

El propio PLD se ha dado cuenta de la incapacidad de Hipólito Mejía para conducir la oposición, aspecto que le motiva, sin ningún reparo, a la comisión del festival de excesos contra los recursos y las instituciones del Estado. La propia visita de Mejía a Monchy Fadul, para convencerlo de su inocencia de pequeñas protestas registradas hace unos meses, lo descalifican como líder opositor.

Si se forma una comisión donde estén Ramón Alburquerque, Hugo Tolentino, Esquea Guerrero, Tirso Mejía, Fafa Taveras, Milagros Ortiz (entre otros perredeístas) y líderes populares y de la izquierda revolucionaria, es obvio que se obliga al gobierno y al PLD a la negociación para restablecer la democracia dominicana.

La democracia que introdujo el PRD en 1978 se puede reconquistar, pero después no vengan con que Hipólito Mejía es el candidato del 2016, porque sería nuevamente retroceder, por su alta cuota de responsabilidad en la situación que vive el país. Entonces no vale la pena ninguna lucha.