Opinión

Vino y cultura

Vino y cultura

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El lenguaje es vino en los labios.

Virginia Woolf.

Hablar del vino es hablar de los éxtasis del hombre y de las algarabías que se eslabonan junto a las exploraciones de los patterns, de sus rupturas y los momentos en que el ser humano indaga los misterios que encierran los goces sociales y la activación neurotransmisora. Desde luego, Altamira, Lascaux y los maravillosos asentamientos que sospecharon la tecnología que usufructuamos hoy a través del fuego y los brotes estéticos, están mucho más allá de las viñas y los vinos, pero mucho más acá del “Papiro de Ebers”, un recetario egipcio de la XVIII Dinastía (1,500 a. C.), en donde aparecen alrededor de ochocientas prescripciones médicas que enumeran al vino como excipiente principal; o aquí mismo, donde finalizando el Siglo XX el periódico inglés The Lancet comprobó —a través de reportes médicos— que la paradoja francesa es una realidad, debido a que no obstante las comidas de los galos ser ricas en grasas saturadas, éstos tienen un 50% menos de ataques cardíacos que los norteamericanos, debido al consumo de vinos.
Sin embargo, el vino no aparece en la historia del hombre en el Paleolítico (que comprende la casi totalidad de la existencia humana, aproximadamente tres millones de años), sino cuando comienza la primera fase del Neolítico (12 mil años a. C.) y la gran revolución cultural del Eneolítico (Neolítico final, entre el 2,500 y 1,800 a.C.), apoyada por el progreso de una ganadería nómada y una agricultura cíclica afirmada en el clima, que permitió al ser humano llegar a una cepa vitivinícola cuyas variables de cultivo podían ser programadas; es decir, bajo un sistema cultural.

En el British Museum se exhibe un bajo relieve proveniente de Ur, la cuna de Abraham, donde se contemplan escenas relacionadas con esta bebida. En el Pentateuco, Moisés escribe del vino a través de Noé, afirmando que plantó la vid y se embriagó tras beber su jugo, y no hay contradicción entre el texto bíblico y la investigación científica, en virtud de que el arca, según la narración bíblica, encalló en el Monte Ararat, encontrándose éste en el Cáucaso y coincidiendo con la investigación paleobotánica sobre el origen de la vid. La historia de Noé y su borrachera también coinciden respecto a las cronologías del calendario hebreo, cuya enumeración data de 5,778 mil años, época en que la vid comenzaba a desplazarse hacia sumeria y Egipto, y luego hacia Grecia, Sicilia e Italia. Además, es preciso apuntar que, poco más o poco menos de ese registro (3,000 a.C.), los chinos producían vino, aunque descartaron aquellos que no provenían del arroz fermentado.

Pero la primera cepa cultural científicamente probada, la Kankomet, proviene del antiguo Egipto, donde Ramsés III la utilizaba para elaborar su vino favorito (1,180 a. C.), fecha en que los hebreos vagaban por el desierto buscando la tierra prometida y Troya caía en manos de los griegos, comandados por Ulises.

El Nacional

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