Opinión

VISIÓN GLOBAL

VISIÓN GLOBAL

Siempre consideré que llorar la muerte de una mascota era propio de gente de nariz parada, casi siempre situada en la mejor parte de la pirámide social a la que cualquier cursilería le queda bien.

 Y a veces llegué a sospechar que detrás de esas expresiones de dolor se escondía algo así como una forma de canalizar hacia el animal los afectos y sentimientos que negaban a los humanos.

 Sin embargo, esa percepción cambió radicalmente cuando hace unos días murió Twix, el perrito Chihuahua hacia el cual estaba dirigida una parte muy apreciable del cariño en mi casa.

 La muerte de ese perrito fue un golpe emocional muy fuerte para todos en la familia, ya que en los casi cinco años que duró con nosotros fue encantador, extremadamente cariñoso, indescriptiblemente pegajoso y zalamero.

 Había oído de las características especiales de los chihuahuas, pero como nunca tuve uno, creía que se trataba de exageraciones, lo que varió cuando llegó Twix.

 Por una de esas cosas extrañas, desarrolló diabetes, y los cuidados veterinarios nunca le faltaron.

 Uno de estos días llegué a casa y lo encontré decaído, aparentemente con el nivel de glicemia bajo. Le dimos algo dulce y se reanimó al extremo de que su veterinaria, a quien lo llevé, consideró que estaba de buen ánimo.

 Menos de una hora después hizo un cuadro de convulsiones y de nuevo en la veterinaria se descubriría que su nivel de azúcar había descendido a 38.

 Dos horas después recibíamos la mala noticia de que había muerto a causa de un coma diabético. Esa noche nadie durmió en mi casa presa del llanto por la partida de un perrito peculiar.

 Y desde entonces el vacío es inmenso. Ahora entiendo a quienes antes que nosotros lloraban la muerte de sus mascotas.

El Nacional

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