Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Nuevamente prevalece el auténtico amor de madre o quién sabe qué otros intereses. Eso sólo lo sabe Olga, una mujer rumana asustada por la conducta delictiva de su hijo, Radu Dogaru, En su afán por protegerle, ella no vaciló en quemar siete cuadros robados por éste en el Kunsthal, Centro de Arte de Rotterdam, uno de los edificios emblemáticos de la ciudad portuaria. Diseñado por Rem Koolhaas, miembro de la élite arquitectónica mundial, presume de contar con un sistema de seguridad computarizado que vigila todo el inmueble y está manejado a distancia desde una central externa. Esta técnica permite avisar a la policía en tiempo real en caso de riesgo. Tanto es así, que la noche del robo del grupo de Dogaru, el 16 de octubre de 2012, no había guardas en el interior de ninguna  sala, por considerarse ésta una medida innecesaria. Las nuevas tecnologías que se aplican a la protección del arte no son exclusivas de los holandeses. Pero Holanda se sintió escarnecida al observar el vídeo del robo en el que, encapuchados, los ladrones fueron vistos entrar y salir con el botín. Éstos no pudieron ser detenidos “in situ” pero fueron filmados por las cámaras internas de seguridad.

La banda a la que pertenecía Dogaru no logró vender a la mafia rusa, las saqueadas pinturas de Monet, Picasso, Matisse, Gauguin, Lucian Freud y Meyer de Haan. Al comprobar que el cerco policial se estrechaba, la aterrada madre enterró las telas en el cementerio de una iglesia en Carcaliu, población situada al este de Rumanía, y después optó por quemarlas. Ignoraba que existen pigmentos que soportan altas temperaturas y que dejarían rastros. Según JorisDik, químico y especialista en materiales del arte, algunos colores, como el “Amarillo de Nápoles”, o el “Dióxido de Titanio”, se encuentran entre ellos. Dik trabaja en la Universidad de Delf. En el año 2011 descubrió un Goya, bajo otro del mismo autor, tras analizar el Retrato de don Ramón Satué (1823) del Rijksmuseum. Empleó, para ello, un escáner de rayos X fluorescentes que desveló al original, ataviado de oficial napoleónico.

Los fiscales rumanos admiten que los cuadros hayan podido ser calcinados, pero el análisis de las supuestas cenizas pictóricas continúa, pudiendo éste demorarse varios meses. Entretanto, a la espera del informe definitivo,  el “Kunsthal” y los fiscales holandeses, se aferran a una versión esperanzadora. Es viable que Olga mienta y que los cuadros aparezcan. Pero ahora, ella es cómplice del delito de su vástago.

Mientras, la policía rumana investiga las peripecias de los seis detenidos y los expertos buscan restos de pigmentos de los siglos XIX al XXI en el polvo de la ignición. Se han encontrado, asimismo, pequeños clavos que podrían ayudar en la investigación. De momento, la justicia holandesa y los responsables del Kunsthal guardan silencio sobre el testimonio de Olga Dogaru, así como la familia del industrial Willem Cordia, dueños de las obras robadas. Su colección, constituida por cerca de 500 cuadros y esculturas, figura entre las mejores del mundo. Tras disfrutarla en exclusiva durante décadas, la cedieron al Kunsthal para una exposición del 20º aniversario del centro. Sin embargo, en cuestión de minutos, perdieron los óleos “Cabeza de Arlequín”, (Picasso 1971) “La lectora en blanco y amarillo”, (Matisse 1919), ente otras.

El Nacional

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