Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aquí

Vivencias cotidianas de allí y aquí

No he querido seguir abrumando a mis lectores volviendo a contarles mi dolor por la pérdida de mi hijo Jaime.  Sin embargo, hoy no he podido resistir el compartir con ellos ese pesar que pervive en mí, después de casi cuatro meses tras su muerte.

Estos días están siendo muy duros aunque no ha ocurrido nada nuevo.  Al contrario, la gente piensa que estoy, que debo sentirme mejor que hace un tiempo, cuando ocurrió mi desventura.

He estado cavilando sobre el posible motivo que me hace volver a sentir, con gran fuerza, esta tristeza que me embarga.  Me consuelo tontamente pensando que, quizás, la proximidad de la fiesta de los difuntos sea el móvil.

Vivo con mi única hija hembra, Haydée.  Durante el mes de septiembre mi hijo Nicolás me regaló su adorada presencia.  Ahora está aquí mi mayor, Carlos, junto a su mujer, Mayte, y mi nieta, Aitana.  Su existencia, su acercamiento físico, además del emocional, me sirven de consuelo y me aportan gran alegría.  Pero siento que me falta algo muy importante sin lo que esa felicidad no llega a completarse.  Siento que me falta mi Jaime y que desearía que él estuviese aquí también.  Y, aunque estoy convencida de que, de un modo espiritual, lo está, mi condición humana no me permite sentirme plenamente feliz.  Todavía no he alcanzado esa elevación.  Todo me lo recuerda y en todo existe su ausencia y sus recuerdos.

Los padres que hayan pasado por este trance podrán comprender mis palabras.  A los que no lo han sufrido, les deseo que nunca entiendan del todo lo que digo y repito.  Una cosa es sentir temor por lo que pueda ocurrirles a nuestros hijos y otra, muy diferente, es el tener que aceptar que ya les ha ocurrido.

Hoy no he sido capaz de escribir sobre otra cosa que no trate de mi desgarro.  Cuando los hijos se van antes que nosotros, nos sentimos mutilados, como si nos hubiesen  arrancado una necesaria parte de nuestro ser.  Nuestro cerebro no está “programado” para que eso ocurra. Nos hemos planteado, desde siempre, el que somos nosotros los que vamos a marcharnos antes que ellos.

Uno de los graves problemas de cuando uno pierde a un hijo viene muy bien reflejado en una estrofa de una canción cuyo intérprete es un insigne cantante y compositor del mundo del Flamenco, Enrique Morente.

“Mi pena es muy grande porque es una pena que yo no quisiera que se me quitara…”

Una parte de mi ser no quiere seguir sufriendo.  La otra se resiste a olvidar su dolor.

Doy las gracias de corazón a todos los que se han animado a seguir leyendo esta columna hasta el final y que, por lo tanto, han compartido un poco mi pena en el día de hoy.  Procuraré seguir brindándoles, en el futuro,  informaciones y anécdotas interesantes, algunas más entretenidas y divertidas que otras.

Aída Trujillo Ricart

http://aidatrujillo.wordpress.com/

El Nacional

La Voz de Todos