Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

A numerosas personas les habrá ocurrido como a mí. La Parca se llevó, siendo aún jóvenes, incluso muy jóvenes, a amigos a los que quería con toda mi alma.

Mi primera dolorosa experiencia, en ese sentido fue el caso de mi amiga Isabel Bravo. Se fue de este mundo cuando yo tenía veinticinco años y ella un par de ellos menos. Ocurrió un accidente absurdo y aparatoso, con un arma de fuego que, por inconsciencia propia de su edad, se disparó ella misma en la sien. Pensaba que no quedaba ninguna bala en el cargador del arma. Pero no sabía, ni yo tampoco hasta entonces, que existía “la recámara”.

Allí estaba la que la mató. Se la apuntó en la sien diciendo que aquello era un juego inofensivo pues, el revolver carecía de municiones. A Dios gracias no presencié la escena de la que cuando fui informada, me rompió el corazón. Isabel era mi querida, mi única amiga, por entonces. Ninguna de las dos salíamos solas más que para hacer la compra y llevar a nuestros hijos al colegio. Ella estaba casada con el hermano de mi marido pero nuestra amistad pesaba más que la relación familiar. Dejó dos hijos, aún muy pequeños, huérfanos.

Cuando otros amigos por el motivo que sea se han ido a otro plano, su muerte ha resultado también muy dolorosa. Pero no hay más remedio que someterse al hecho de que aquel era “su día”, a pesar de que, como suele ocurrir, uno no lo acepta en un principio.

El tiempo transcurre y, entonces, con mayor o menor intensidad, el dolor se va amainando, aunque siempre queda el recuerdo. Pero éste se va volviendo dulce y amargo al mismo tiempo, dependiendo del momento. Además, no hay vuelta atrás. Cuando uno muere físicamente no queda otra opción que aceptarlo. No hay nada que uno pueda hacer para darle la vuelta a este hecho natural y doloroso a la vez.

Sin embargo, cuando un amigo se va en vida, es otra cosa. Uno tiene la tendencia a estar a la expectativa de que las cosas pueden dar un giro. Tiene la esperanza de que, si le quiere de verdad, como había demostrado durante décadas, recapacitará. En algunas ocasiones esto se produce pero, por el motivo que sea, en otras no.

Y no sólo eso sino que muchas veces el que desaparece de tu vida ni siquiera te da una explicación, satisfactoria o no. Simplemente te ignora, lo que hace que duela aún más. Como reza un antiguo refrán: “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”.

Pero, como ocurre con las relaciones entre parejas, hay que saber “soltar”, dejar partir. Si, quien en una época fue un amigo cambió de sentir, por el motivo que sea, hay que respetar su decisión, enfrentar la pena y aceptarla.

En ocasiones me pregunto cuál de las dos pérdidas es más triste… Uno se pregunta constantemente qué habrá hecho, se siente culpable, culpabiliza al que consideraba su amigo, hasta que un día tiene que poner freno al asunto. Creo que lo mejor es guardar en el corazón los buenos momentos vividos con esa persona, intentar no encontrar culpables y cerrar el capítulo, como muchos en esta vida.

http://aidatrujillo.wordpress.com/

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