Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Quién me hubiese podido decir que tendría que escribir sobre el fallecimiento de este chiquillo que era como un hermano para mi hijo menor, Nicolás. Él, y otros amigos, formaban un grupo entrañable, adorable, cómplice de una edad aún honrada. “El alma sin medias suelas”, como reza una canción de Joan Manuel Serrat. Era raro el no verles juntos por las calles de Madrid. Pero, con apenas veinte años de edad, la Parca vino a llevarse a “Chuki”, como le llamábamos, y le llamamos, sin previo aviso y de una manera absurda.

El chico se encontraba de vacaciones en Marbella. Y, el pasado 20 de este mes, decidió montar en su skate-board, cosa que solía hacer a menudo. Por uno de esos misterios de la vida y de la muerte se estrelló contra una pared y el impacto le provocó que abandonase, de ese repentino modo, este planeta.

Desde entonces mi hijo Nicolás vive en un constante desconsuelo y, al ser él también muy joven, pues sólo tiene veintiún años, se hace la eterna pregunta del ser humano: ¿Para qué todo esto? Hay que tener en cuenta que hace apenas tres años también perdió a su hermano, mi hijo Jaime, y para la edad que tiene han sido dos golpes demasiado duros y seguidos.

Alex nació el 23 de diciembre de 1992, es decir, unos meses después que Nicolás. Fueron juntos a la edad de ocho años al colegio y él venía, en muchas ocasiones, a quedarse y pernoctar en mi casa. Al igual que mi hijo hacía lo mismo en la suya. Eran inseparables y quiero permitirme el mencionar también los nombres de los demás componentes de ese grupo de jovencitos que le lloran con amargura: Charly, Lucas, Dano, Nuch, etcétera.

Alex era el más inocente de todos y, además de respetuoso, era un muchacho muy cariñoso. Estudiaba empresariales y viajaba mucho. Estuvo viviendo y trabajando en Nueva Zelanda durante un año no hace mucho. Quien le conociera tenía que quererle. Era imposible resistirse a su encantadora sonrisa y a sus adorables maneras. Personalmente he de expresar que me está costando mucho el quitarme esta desgracia de la cabeza. Máxime observando el gran sufrimiento de mi hijito querido. No obstante, tengo que hacer el esfuerzo para apoyarle, es mi deber y lo que me sale de mi corazón de madre.

Pero, como he vivido la terrible experiencia de la pérdida de un hijo, no me gustaría estar en la piel de Joëlle, la suya. Deseo, de todo corazón, que reciba la fuerza y la paz para superar este martirio y que el tiempo suavice, poco a poco, el amargo cáliz del que está bebiendo en estos momentos.

Chuki, querido niño, ¡descansa en paz!

El Nacional

La Voz de Todos