Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Aquel amargo cumpleaños del 2010
Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de que hoy, 23 de agosto, es el día de mi cumpleaños. Y, con él, vienen a mi memoria los de otros años. Creo que eso es algo que nos ha ocurrido a todos en algún momento de nuestras vidas.
No pretendo recrearme en traer el pasado al presente, evocando momentos tremendamente amargos. Sólo se trata de que, en este día, no he podido sortear el recuerdo de cómo transcurrió mi aniversario en el año 2010.

Quizás esto sea debido a que me encuentro postrada por mi físico que sufrió, el mes pasado, una fractura de gran envergadura la cual me obliga a guardar reposo. ¡Con lo inquieta y activa que soy!.

En aquella ocasión la amargura, el llanto y el dolor se habían apoderado de mí y brotaban por todos los poros de mi ser. Y es que hacía tan solo algo más de mes y medio que había fallecido mi hijo Jaime Mª, repentinamente, a la edad de treinta y siete años, en Madrid (España).

Por entonces vivía yo en Santo Domingo capital.
Como bien describe el Dr. Jorge Bucay en su libro “El camino de las lágrimas”, las personas que me rodeaban intentaban, infructuosamente como es lógico, animarme.

Y fui prácticamente obligada, arrastrada diría yo, a salir a almorzar y también a cenar fuera de casa.
Obviamente, la intención de aquellas personas era buena. No querían verme triste. Pero, por más que intenté disimularlo, mi abatimiento era más que evidente.

Se notaba a la legua que lo único que yo deseaba era morirme. No tenía nada que celebrar. Y que también, en consecuencia, anhelaba llegar pronto a mi casa y meterme en la cama, aunque no pudiese conciliar el sueño, como si el contacto de las sábanas cubriéndome hubiese podido mitigar mi inmenso sufrimiento.

El ser creyente en Dios y, cómo no, el pasar de los años actuaron como un bálsamo y, aquel dolor insoportable, se ha reducido en parte. Y digo en parte porque, el que haya pasado por esa experiencia, sabe perfectamente que nunca se irá de mi corazón mientras me quede un soplo de vida. Me acompañará a la tumba.

Pido perdón a mis lectores por escribir nuevamente sobre mi perdido hijo. Pero es que, como afirmo en uno de mis libros, “Más allá de la muerte”, soy de la opinión de que “más triste que la muerte es el olvido”. En realidad esa era el nombre que yo hubiese querido ponerle al citado tomo.

Doy gracias a quienes me leen en este ilustre periódico y a quienes hayan proseguido con la lectura de esta columna. Es el regalo de cumpleaños más hermoso que podría recibir hoy. Gracias de corazón.

El Nacional

La Voz de Todos