Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

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Etimología de la palabra “reloj”

Creo que todos, alguna vez, nos hemos preguntado de donde proviene esta palabra, en español, que curiosamente termina con la letra “j”. Personalmente no conozco, o no recuerdo, ninguna con esta característica.
Y si hoy me vino a la mente es porque ya quedan pocos días y, por lo tanto, pocas horas para que finalice este año puesto que ya estamos a 10 de diciembre.

La historia y la geografía de Europa, en no pocas ocasiones, se han entremezclado. Ocurre lo mismo con sus lenguas. Sus vocablos, aunque sean muy diferentes los unos de los otros, se influyen, separan y se modifican entre ellos, dando respingos en el tiempo y de una región a otra.

Un ejemplo de ello es la palabra a la que me refiero: “reloj”. Ésta tiene una etimología tan compleja y confusa que, a mi modo de ver, creo que la Real Academia de la Lengua Española renunció a explicarla, con toda su amplitud, en su breve apartado sobre la procedencia de las palabras.

He consultado el “Corominas”, diccionario etimológico de la lengua española por excelencia, que no sólo lo es por ser único en su género, sino por haber sido refrendado por los especialistas como el de mayor amplitud, rigor científico, laborioso empeño y riqueza de documentación entre las obras generales de referencia publicadas sobre etimología hispánica.
Sobre este diccionario mucho se ha escrito desde un punto de vista filológico, pero en esta ocasión pretendo dar algunas indicaciones sobre su uso cotidiano para no especialistas y así ofrecer una aproximación útil desde un punto de vista bibliotecario.

En él se señala que el vocablo “reloj” pasó del catalán antiguo relotge y éste de la forma antigua horologium, que a su vez venía de hora y logium. Por lo tanto horologium significaba “lo que coge o sabe el tiempo”. En el único idioma que se mantuvo casi al completo fue en el italiano: orologio.

Aunque, además, también comparte etimología con otras palabras, porque Uhr (alemán) se asemeja al francés heure, que significa: “hora”. Es decir que la ‘r’ con la que acaba Uhr y la ‘r’ con la que empieza reloj fueron la misma letra, hace muchos siglos y en extremos diferentes del continente.

Proveniente de la palabra latina horologium y ésta del griego hôrologion, se extendió a varias lenguas: horloge, en francés; relógio, en portugués; orologio, en italiano; rellotge, en catalán.

El diccionario “Corominas” afirma que la palabra llegó al castellano a partir del catalán, como ya he señalado, pasando primero por reloje y alega que se llegó a la forma actual a partir del plural “relojes”.

Recordemos que en el sur de España, por ejemplo en Andalucía, y en muchas regiones de América es frecuente oír “reló”, dejando a un lado la pronunciación de la “j”.

Sabemos que las nuevas tecnologías se difundían a fines de la Edad Media bastante más lentamente que hoy en día. Por ello, el uso público de los relojes fue apareciendo de a poco, de siglo en siglo. Y no con todas las agujas. Al principio sólo se usaba la que marcaba la hora, pero no los minutos y mucho menos los segundos.

El Nacional

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