Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Santa Teresa de Lisieux, Teresita del Niño Jesús

Monja carmelita francesa nacida el 2 de enero de 1873 en Alençon, criada en un ambiente de fe católica en donde cada virtud era celosamente avivada y desarrollada. Su vocación por tomar los hábitos se manifestó cuando aún era sólo una niña.

Fue la novena hija de Louis y Zélie Martin, cinco de las cuales se hicieron religiosas; una en la Orden de la Visitación y cuatro en el Convento Carmelita de Lisieux. Teresa ingresó en este convento cuando contaba quince años de edad.

En 1893 fue nombrada profesora de novicias. Allí vivió el resto de su vida, dando gran ejemplo de profunda devoción a Dios, buscando la santidad mediante el desempeño de tareas humildes. Sus superioras le solicitaron que escribiese un relato de su vida. Historia de un alma (1898) se convirtió en una de las autobiografías espirituales más leídas de todos los tiempos.
Se le atribuyeron muchos milagros que dieron sentido a su misteriosa promesa: “Cuando muera dejaré caer una lluvia de rosas”.
Santa Teresa de Lisieux falleció en Lisieux el 30 de septiembre de 1897 y la canonizaron en 1925. Es la patrona de los misioneros y aviadores. Su festividad se celebra el 1 de octubre.

“Mi vida es un instante, una efímera hora,
momento que se evade y que huye veloz.
Para amarte, Dios mío, en esta pobre tierra
no tengo más que un día: ¡sólo el día de hoy!
¡Oh, Jesús, te amo! A ti tiende mi alma.
Sé por un solo día mi dulce protección,
ven y reina en mi pecho, ábreme tu sonrisa
¡nada más que por hoy!
¡Ah, deja que me esconda en tu faz adorable,
allí no oiré del mundo el inútil rumor.
Dame tu amor, Señor, consérvame en tu gracia
¡nada más que por hoy!
Cerca yo de tu pecho, olvidada de todo,
no temo ya, Dios mío, los miedos de la noche.
Hazme un sitio en tu pecho, un sitio, Jesús mío,
¡nada más que por hoy!
Pan vivo, Pan del cielo, divina Eucaristía,
¡conmovedor misterio que produjo el amor!
Ven y mora en mi pecho, Jesús, mi blanca hostia,
¡nada más que por hoy!
Úneme a ti, Dios mío, Viña santa y sagrada,
y mi débil sarmiento dará su fruto bueno,
y podré ofrecerte un racimo dorado,
¡oh Señor, desde hoy!
¡Virgen inmaculada, oh tú, la dulce Estrella
que irradias a Jesús y obras con él mi unión!,
deja que me esconda bajo tu velo, Madre, ¡nada más que por hoy!
¡Oh Ángel de mi guarda, cúbreme con tus alas,
que iluminen tus fuegos mi peregrinación!
Ven y guía mis pasos, ayúdame, Ángel mío,
¡nada más que por hoy!
A mi Jesús deseo ver sin velo, sin nubes.
Mientras tanto, aquí abajo muy cerca de él estoy.
Su adorable semblante se mantendrá escondido
¡nada más que por hoy!

El Nacional

La Voz de Todos