Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Como comenté en uno de mis artículos publicado no mucho tiempo ha, deseo hacerles partícipes de una serie de suicidios de famosos, o no. El asunto no es lo que se dice un tema alegre, sin embargo, considero necesario el dar la cara a las vicisitudes de la vida e intentar, en la medida de lo posible, no erigirnos como jueces ante la Ley de Dios, aunque sea necesario hacerlo ante la de los hombres. Por ello, a pesar de haber empezado por la gran Violeta Parra, uno de mis relatos trató del suicidio de una amiga a quien no creo que, por sus actos en este mundo, se la pueda juzgar de mala manera.

Ni siquiera de cobarde, como muchos hacen. Nadie puede saber lo que ocurre en la mente de ninguno de nuestros semejantes. Sobre todo cuando atentan  contra de su propia vida. Creo que, el llegar a ello, no resulta tan fácil como ciertas personas sostienen.

Como la semana pasada relaté, brevemente, la vida de Alfonsina Storni, muy ligada al personaje que hoy nos atañe, he considerado que era preciso escribir algo sobre Horacio Quiroga, un insigne narrador, nacido en Salto, Uruguay, en el 1878. Buscando información sobre él, me encontré con la desagradable sorpresa de que perteneció a la tristemente llamada “Familia suicida”, cosa que llamó mucho mi atención. Por lo que he podido leer, a la edad de tres meses, a pesar de ser aún un bebé, Horacio fue testigo del modo en el que su padre se quitó la vida, disparándose en la cabeza con una escopeta. Pero antes de proseguir con el relato de las tragedias que marcaron la vida del escritor, deseo contarles, un poco, sobre su trayectoria profesional y personal.

Narrador uruguayo radicado en Argentina, Quiroga es considerado uno de los mayores cuentistas latinoamericanos. Su obra está situada entre la declinación del modernismo y la de las vanguardias. Estudió en Montevideo, en donde comenzó a interesarse por la literatura. Inspirado en su primera relación sentimental, escribió “Una estación de amor” (1898). Después  fundó la “Revista de Salto” (1899). Tras su primer viaje a Europa resumió sus remembranzas en “Diario de viaje a París” (1900). A su retorno fundó el “Consistorio del Gay Saber”.

Tras la experiencia sufrida siendo él un neonato, su madre volvió  a casarse. Pero,  después de cinco años de matrimonio, su padrastro se suicidó de idéntico modo que lo hizo su padre biológico. Su primera esposa también se quitó la vida bebiendo un líquido para revelar fotografías. Él era profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires cuando la conoció.  Después mantuvo un breve idilio, pero larga y sólida amistad, con Alfonsina Storni, quien se suicidaría 20 años después arrojándose al mar, algo que Quiroga no llegó a presenciar. Un amigo le consiguió el puesto Cónsul de Uruguay en Buenos Aires. Dicho allegado, también se suicidó. Un año antes de que le imitase su gran amigo Leopoldo Lugones, en el 1937, agotado por sus luctuosas experiencias o, quizás, porque le diagnosticaron un cáncer estomacal,  Horacio puso fin a sus días ingiriendo una dosis letal de cianuro. Más tarde se suicidaría su hija mayor, Eglé. Su único hijo varón, Darío, actuó del mismo modo en el 1951.

El Nacional

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