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REMEMBRANZAS: Volibol, natación, ballet y nostalgia

REMEMBRANZAS: Volibol, natación, ballet y nostalgia

Las hermanas Pineda, volibolistas dominicanas de la época, eran seguidas hasta su hogar por fanáticos de ambos sexos tras participar en un juego

La muerte de Nelly Pineda, una de las más grandes volibolistas dominicanas de todos los tiempos, metió de lleno en mi corazón la nostalgia y la tristeza.
La recuerdo cuando siendo una adolescente participaba de forma destacada en los torneos de ese deporte que se celebraban en la cancha de la normal de señoritas Salomé Ureña.
Varones de todas las edades asistíamos a esas competencias, donde se destacaron, entre otras, las atletas Luciola Pión, Celina Sánchez, Teresa Peña, Eliana Puig.
Itanahilda, hermana menor de Nelly, se destacó en volibol escolar, jugando en un equipo de la escuela primaria Padre Billini.
Dotadas de gran carisma, las hermanas Pineda, eran seguidas hasta su residencia por fanáticos de ambos sexos, en ocasiones en medio de aplausos, cuando finalizaban los juegos en los cuales participaban.
Entre esos entusiastas admiradores nos encontrábamos los alumnos del sexto curso de la escuela Luisa Ozema Pellerano, Sigfrido Díaz, Miguel Ángel Bello y yo.
Debido a nuestra condición de miembros de familias de baja clase media, los campeonatos de volibol femenino y masculino, eran una de nuestras escasas diversiones colectivas.
Sigfrido y yo vivimos durante décadas en el barrio San Miguel, y nuestra amistad nos llevó a practicar la natación en diversos balnearios, especialmente en la playa situada frente al castillo de San Jerónimo, donde tuvo su sede una guarnición militar, y que fue destruido por una explosión.
Lo hacíamos acompañados por condiscípulos de la Escuela Primaria Superior, entre los que figuraban Pinky Vicioso, Rafael Andino, apodado Macabí, Luis Conrado Ruiz, quien años más tarde fuera uno de los héroes de las expediciones del 14 de junio de 1959.
Con la audacia inconsciente de la adolescencia, corrimos numerosos riesgos en este pasatiempo, y recuerdo la tarde en que un gigantesco pez de especie desconocida, saltó a escasos metros de nosotros en San Jerónimo.
Quizás si alguien hubiese cronometrado la velocidad con la que retornamos nadando hacia la orilla, habría investigado si rompimos algún record nacional del acuático deporte.
Debido a nuestra pobreza, ninguno tenía traje de baño, y nadábamos desnudos en ese improvisado balneario, circunstancia que nos llevó a una difícil situación vespertina.
Se inició con la sorpresiva aparición de aproximadamente una veintena de alumnas de un colegio católico, acompañadas por una monja, quien comenzó a relatarles la historia del trágico suceso de la voladura del polvorín.
A su larga y detallada exposición siguió una serie de preguntas formuladas por las estudiantes, lo que llevó el natural desasosiego a los nudistas.
Esto se debió a que no podíamos salir en esos momentos del agua, y no recuerdo cuál de nosotros salvó nuestro pudor y el de las visitantes gritando: ¡Estamos desnudos!, provocando la ruidosa y acelerada estampida.
La habilidad adquirida en la natación en aquellas jornadas en playas gratuitas nos llevó a lucirnos después en la pagada de Guibia, alcanzando la proeza de llegar hasta su lejano trampolín conocido como Peñita, y regresar a la orilla sin descansar.
De lunes a viernes, y al terminar de nadar en San Jerónimo, constituía una especie de placentero deber visual y auditivo, ir al entonces llamado Parque Ramfis, donde estaba instalada la Academia de Ballet, dirigida por la húngara Magda Corbett.
La casi totalidad del alumnado de la institución estaba formada por muchachas hermosas pertenecientes a familias de holgada posición económica, como Rosa Obregón, Ruth Garrido, Olga Bello, Dulce María Acevedo Alfau.
Nuestros corazones teñidos de suave romanticismo adolescente eligieron sus preferidas entre las ballerinas, a las cuales seguíamos a prudente distancia cuando terminaban sus clases.
La contemplación de esas damiselas en sus giros danzantes la hacíamos a través de las ventanas del pequeño salón de la academia, de las cuales nos apartaba con enérgica voz la madame Corbett.
Mi pobreza familiar de entonces no me impidió ser feliz, en parte por esa combinación de volibol, natación y ballet.
Volvería gustosamente a ella hasta con los ochenta de mi edad biológica.

El Nacional

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