Esta es una sociedad saturada de escándalos. Ninguno genera las reacciones esperadas. El conglomerado ha terminado siendo cómplice de lo acontecido. Como los padres que, ante el acto indecoroso de la hija, pretenden soslayar las consecuencias de la culpa, la vergüenza o el dolor, negándose a ver lo obvio, distribuyendo responsabilidades.
Eso tiene explicaciones, pero no disminuyen la tristeza del drama que nos abate como proyecto inconcluso de nación, con perspectivas cada vez menos estimulantes. Ese desaliento colectivo es la limitante más contundente para las posibilidades de estructurar una respuesta ante tanta desfachatez y lograr conducir el país por senderos más propicios.
En el propósito de simular que se reacciona ante el escarnio, nos fascina encontrar chivos expiatorios sobre los cuales, en función de su poca significación simbólica en el esquema intocable del poder, descargamos la ira contenida, sin reparar en que, de esa forma, liberamos del señalamiento merecido a los forjadores de los descaros.
Me resisto a participar de la ruptura de la soga por su lado vulnerable. Sin exonerar de las cuotas correspondientes a todos los actores, postulo por el establecimiento de un sistema de proporcionalidad en las causales de los escándalos, atribuyendo las mayores partidas a los diseñadores de esquemas que propician la ocurrencia de desmanes.
El Querido, anodino diputado puertoplateño, es un ejemplo de lo que afirmo. Un eslabón perdido en esa cadena putrefacta que es la dinámica pública dominicana, nos sirve de receptáculo cómodo sobre el cual verter la rabia que no somos capaces de expresar ante estamentos de mayor peso específico, a los cuales tememos enfrentar. Eso no es justo.
Su desparpajo y estulticia lo conducen a exponer sus inconductas, sirviendo de escudo protector de quienes hacen lo mismo o más, pero tienen el tino de protegerse, al tiempo de haber eludido su compromiso de finiquitar prácticas y métodos que constituyen fuentes inagotables de privilegios y malversación de recursos.
Los escándalos en el Congreso no pueden reducirse a las payasadas de un torpe. Es el organismo como tal y sus autoridades quienes han quedado desprovistos de autoridad al preservar y estimular mecanismos antagónicos con la misión de un cuerpo legislativo.
El Querido, tan folclórico como su mote, es la punta de un iceberg profundo que atañe a las estructuras de una embarcación que ha hecho aguas, donde sus tripulantes están asidos a los salvavidas para continuar flotando sobre el mar de su indignidad.